LA CIEGA DEL MANZANARES. 451
lo que no las importa. Si quiere saber dónde está
Isabel, que vaya á Salamanca.
Mas la culpa de todo esto la tiene mi mujer; si
no fuera tan parlanchina, no vendría nadie con
preguntas impertinentes; ¡pero yo la arreglaré!
ñ
Ed
Georgina llegó 4 su casa hecha un basilisco,
maldiciendo de su suerte y hasta de la hora en que
le dió la idea de hablar con el portero.
Su orgullo había recibido un nuevo golpe, que
no porque le despreciaba dejó de hacerla daño.
Al penetrar en su gabinete se halló con David,
que la esperaba.
—¿Qué has sabido?—le dijo.
—(Que mi suposición de que esa muchacha se
fué con Luis, es casl una certeza—repuso, refirién-
a do después todo cuanto le había sucedido.
David hizo un gesto de duda.
j —¿No lo crees? —rugió Georgina.
M.- —Ya sabes cuál es mi costumbre; ni niego, ni
afirmo, pues necesito ver algo para creer en los
hechos. i
—La respuesta de doña Andrea de que la joven
Ñ no está en Madrid, ocultándome el punto donde ha
Ñ : ido, es bastante para confirmar mis sospechas.
—Puedes pensar lo que gustes; sin embargo, hay
un medio de averiguar la verdad.
—¿Cuál?
-- Tirar algún dinero.