476 LA CIEGA DEL MANZANARES.
de humo espeso y negro que denuncia la mala ca-
lidad del tabaco que saborean.
Aquellas reclusas de varoniles costumbres per-
tenecen al género de hombres con faldas, y en
cuanto á corazón, le tienen tan perverso como el
criminal más empedernido. |
Si estuviesen libres, les importaría muy poco for-
mar una partida de salteadoras que imitase á las
de Jaime el Barbudo y otros criminales célebres
que no hacía muchos años fueron el terror de va-
rias comarcas meridionales.
De repente, y de un modo precipitado, guarda-
ron las cartas y escondieron los cigarros.
La causa de esto era el que la directora había
aparecido en el patio, y á doña Jacinta, sino la
temían, porque ellas no podían temer á nadie, la
respetaban, |
Al lado de doña J danes y algo separada de ella,
iba Dolores.
La gallega ya no era aquel tipo chulo cuyo pei-
nado de anchos rizos la cubría la mitad de la cara.
Llevaba el pelo recogido en una sola trenza, la
cual se arrollaba formando un sencillo rodete.
Vestía una falda de percal sin volantes ni enca-
ñonados, una chambra de color sin adornos y un
senciilo pañuelo. A
Durante el tiempo que llevaba en la cárcel se
había transformado por completo. |
La directora conocía que el corazón de Dolores
no estaba avezado al crimen, y que sólo necesita-