LA CIEGA DEL MANZANARES. 479
Don Félix se sonrió, y repuso:
—Dices bien; ese hombre ejerce sobre tí un in-
flujo grande. j
—Quisiera volver á mi tierra, la Coruña; y allí,
lejos del sitio donde he vivido mal, vivir trabajan-
do honradamente. Mas no sé cómo me las arregla-
ré para emprender un viaje tan largo.
—No te apures—exclamó el doctor;—ya vere-
mos el medio de que realices tus buenos propósi-
tos. Lo principal es que seas buena; que obrando
bien, no faltará quien te ayude.
Doña Jacinta y el doctor, seguidos de Dolores,
comenzaron á pasear por el patio. |
Al pasar por delante de los grupos de presas, és-
tas les saludaban respetuosamente.
Por su parte, el médico y la directora siempre
tenían en sus labios una palabra de consuelo para
los que se acercaban á ellos. ca
Al llegar junto á la puerta que desde el patio
conducía á la enfermería, el doctor se detuvo, y
dirigiéndose á doña Jacinta, exclamó:
—¡Hasta luego! Voy á ver á mi enferma predi-
lecta.
Mas en aquel momento se oyeron desesperados
gritos en el interior de la galería. :3
Poco después apareció en el patio Isabel, sin
más traje” que una bata medio rada, con
el cabello en desorden, rojo el semblante y los ojos