" ARI
CAPITULO XLI
De tránsito.
Viendo que la joven se quedaba sola, Dolores
se acercó á su lado. |
La buena de la gallega sentía oprimírsele el co-
razón, y con mucho gusto hubiese dado su vida
por ahorrar á Isabel los sufrimientos que la espe-
raban.
¡Tránsito! No hay palabra que infunda más terror
á los delincuentes; y si esto ocurre con los que es-
tán más avezados al crimen, ¿qué no será con
aquellos infelices que han cometido un delito leve,
ó son víctimas de la arbitrariedad del poderoso?
El tránsito es la bola de mieve de la amargura;
empieza siendo del tamaño de una avellana, y lle-
ga á adquirir un volumen inconmensurable.
¡Cuántas veces los infelices, obligados á caminar
desfallecidos por el hambre y la sed, se han arro-.