Full text: Tomo 2 (002)

    
  
  
  
    
  
520 LA CIEGA DEL MANZANARES. 
—Capitán, ¿tiene usted inconveniente en salir 
para España esta misma noche? 
—Ninguno; —repuso Rivera con alegría. 
—Entonces, y puesto que usted dice que no hay 
tiempo que perder, voy á extenderle el pasaporte. 
El embajador se sentó, y después del pasaporte, 
se puso á redactar un pliego, en el que decía al 
Regente que el capitán Rivera le enteraría de pa- 
labra de los planes descubiertos. 
—Tome usted, y salga de París lo antes pesible. 
—Lo mejor será hacerlo ahora mismo. | 
—Tiene usted razón. | 
  
El capitán, al salir de la embajada, se dirigió 
al hotel, y en pocos minutos arregló su equipaje. 
Serían Jas diez de la noche cuando, montado en 
una silla de posta, franqueaba la barrera de la 
gran ciudad. 
¡Qué diferencia entre aquella noche y la tarde 
en que salió de Madrid! | 
Entonces regresaba con el alma tan impaciente 
como al salir de España; pero más alegre. 
La casualidad había acudido en su ayuda, y era 
necesario saberse aprovechar de ella, y ver el mo- 
do de quedarse para siempre en Madrid. 
¡Oh, si entonces hubiese existido la línea férrea 
que hoy nos pone en comunicación directa con 
París! 
E Dias cds PRA e PA 
Si de repente el capitán hubiera podido cambiar 
  
  
 
	        
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