LA CIEGA DEL MANZANARES! 541
se fijado en que mi uniforme:está lleno de' polvo.
—Capitán—exclamó el duque con severidad, —
le creí 4 usted en París.
—Señor, de allí vengo, enviado por el* emba-
jador.
Tenga su alteza la bondad de enterarse de este
pliego. 991 g
Al mismo tiempo se a0qrió al Regente: y puso en
sus manos el escrito.
Mientras leía el duque, el' conde de Mágas no
apartaba la vista de su sobrino.
- Rivera, que le observaba, se dijo:
—Mi señor tío está impaciente por soltarme uno
de los sermoncitos que él acostumbra.
—Muy bien, capitán; —murmuró el duque guar-
dando el escrito.
Estoy satisfecho de su coddilita y de su celo;—é
indicándole una butaca le mandó que se sentase.
- —Abhora refiéranos usted todo lo que ha descu-
bierto.
El le itán hizo un minucioso relato de todo lo
que había oído á los conspiradores. | :
rd que avanzaba en su relación, el rostro.
da lel conde palidecía visiblemente. |
Las palal oras de su sobrino mortificaban su amor
lito pues varias veces había dicho al duque que
los agentes que mandó á París eran personas que
cono.fin bien el oficio.
¿Qué le parece á usted?-—exclamó el duque
Es di E OS j
dirigiéndose al de Magaz.