LA CIEGA DEL MANZANARES. 55
Estoy tan arrepentida de haberle dado oídos, que
quisiera, por más que yo moriría si tal sucediese,
que en un breve plazo llegara á olvidarse de mí.
Isabel: sollozaba al pronunciar. estas palabras,
unido lo cual 4 su dolorido acento, indicaba que
la salían del corazón.
La condesa estaba ya convencida completamen-
te de-que era una joven digna y honrada, que
amaba de veras, y que la ambición de lograr un
gran porvenir no había entrado en sus cálculos.
- ¿Pero usted tiene fe en ese joven?—preg untó.
—¡Una fe ciega! | :
—¿Oree que la olvidará?...
—De ningún modo. |
—¿0 que cedería á las exigencias. de su familia
si llegara á enterarse?
—Mo parece que no... Y este es mi remor dimien-
LO... mi pesar. | de
—Tal vez sus deudos vieran “en usted una com-
pañera digna de él. > ]
-—¡Ah, señora, no me hago ilusiones!... Se opon-
drán...; y es lógico que así suceda! Yo misma, si
tuviera un hijo, quisiera verle unido á una prince--
. $4, con tal de que le amase. | |
No se podía ser más franca, más explícita. |
Ella misma admitía la oposición de la familia de
Luis; la disculpaba, y hasta extrañaría quo apa- eS
-drinasen aquella boda. ? |