LA CIEGA DEL MANZANARES. 623
—¡Ay, señora; cosas de Antonio!
Desde que ingresó en la Milicia, no hay quien
le aguante.
Por lo demás, aunque brusco y desabrido, es
muy bueno, y sería mejor si no gruñese tanto.
—Créame usted que me he alegrado mucho en-
contrarla, porque á la vez que la veía, esperaba
que me dijese algo del paradero de aquella pobre
chica. | |
¡Me fué tan simpática! —añadió Greorgina fin-
giendo un interés que estaba muy lejos de sentir.
—¡Ay, señora! ¡Parece mentira que en el mun-
do ocurran ciertas cosas!
¡Pobre señorita Isabel! Ella, que es tan buena y
tan cariñosa! | |
¡Quién lo iba á pensar! —repuso 'Pomasa con en-
tonación lastimera. 0%
Estas exclamaciones no pasaron desipercibidós
para la princesa, que, comprendiendo que algo
grave ocultaban, añadió:
—¿Entonces usted sabe lo que ha sido de ella?
¡Por Dios, no me oculte nada!
No sé por qué me inspiró tantas simpatías, que
la aprecio, y haría en su favor cuanto estuviera en
mi mano. | |
—Se lo merece, befora se lo merece.
La portera en aquellos instantes se encontraba
en una situación difícil, y de buena gana hubiese
recogido sus imprudentes exclamaciones.
Por una parte, las amenazas de Antonio dete-