628 LA CIEGA DEL MANZANARES.
Deseaba hablar con la señora directora.
—Pase usted, —replicó la empleada, dando or-
den á una compañera de que acompañase á Greor-
gina á la dirección.
Poco después, la princesa Se encontraba en el
despacho que ya conocen nuestros lectores, al lado
de doña Jacinta.
—_Usted me dispensará que la moleste, en gra-
cia del interés que me inspira una de las reclusas
que hoy fiene á su cargo, —dijo la princesa Con
afabilidad.
—Señora, está usted dispensada. Además, en
nada pueden molestarme las personas que se inte-
resan por las reclusas. | |
Usted me dirá en qué puedo servirla.
Antes de proseguir la conversación, Georgina
examinó el rostro de su interlocutora, deseando
conocer con qué clase de persona se las había.
Adivinando en ella inteligencia y honradez, se
trazó su línea de conducta, y repuso con acento de
veracidad: eS a
—Es el caso que hace algúmetiempo encargué
un trabajo á una joven bordadora, y al pasar á
recogerle he sabido que está presa.
—¿Cómo se llama esa joven?
—Isabel. :
—Mauy buena muchacha... ¡Lástima que su suer-
te la hiciera entrar en la cárcel! |
—Tengo impaciencia por verla.
Estoy tan segura de que €s inocente, que por