Full text: Tomo 2 (002)

  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
LA CIEGA DEL MANZANARES. 629 
demostrarlo metería las manos en el fuego,—bal- 
buceó Georgina con vehemencia. 
—Creo á usted, señora. Por desgracia, estoy 
acostumbrada á tratar con criminales, y para co- 
nocerles me basta sólo examinar su semblante. 
El de Isabel revelaba tan claramente la pureza 
de su alma, que no había lugar á dudas de ningun 
género. 
—¡Gracias! Usted la hace justicia. Mas permíta- 
me usted que la vea cuanto antes, —exclamó Greor- 
gina con ansiedad. 
—+Es imposible: Isabel ya no está aquí, —replicó 
la directora. 
— ¡Que no! —repuso Georgina con asombro, al 
par que se decía: y | 
¿Me engañará esta mujer? 
—No, señora: Isabel salió hace ya días conducida 
para la Coruña, | y 
—¡Cuánto lo siento! —balbuceó la princesa, aho- 
_gando un suspiro de satisfacción. 
En fin, ya que no á ella, podré dar trabajo á 
otra reclusa que lo merezca y usted me reco- 
miende. 
—Con mucho gusto, señora: precisamente es lo 
que más falta les hace. | 
El día que la sociedad se convenza de que no es 
la pena la que corrige á los delincuentes, habrá 
en las cárceles menos calabozos y más talleres, 
Queriendo Georgina conocer el motivo en que 
se fundara la prisión de Isabel, añadió: 
    
  
  
  
  
	        
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