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642 LA CIEGA DEL MANZANARES.
dad, fué á sentarse en una mesa colocada en el án-
gulo izquierdo de la estancia, y desde el cual des- El
cubría la puerta de entrada. |
Los parroquianos del establecimiento fijaron en
él una mirada de curiosidad, aguardando con im-
paciencia que aquel caballero les dijese algo más
que «¡buenas noches!» para trabar conversación
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con él,
David, á quien convenía captarse las simpatías
de los labriegos, sacando la petaca les ofreció un
cigarro, con lo cual, hasta cierto punto, podía tra-
tarles como si fueran amigos de toda la vida, y
pronto la conversación fué generalizándose.
Uno de los labriegos exclamó, dirigiéndose á
David.
| —¿Vendrá usted cansado del viaje, porque á
juzgar por el polvo que cubre el coche, debe ha-
ber sido larga la jornada? el
—Regular. Vengo de la Corte, y he descansado |
unos días en Valladolid.
—Pues si viaja usted por distraerse, poco que
ver encontrará usted en este pueblo, —replicó el
labriego. |
-- David, comprendiendo la intención de la pre-
gunta, repuso: |
_Nada de eso; mi viaje es por conveniencia.
Voy á Burgos á establecerme como retratista, y
como no tengo prisa, descanso en el pueblo que
me parece.
Aquí estaré dos ó tres días. >
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