64 LA CIEGA DEL MANZANARES.
perseguir con cruel saña á los que le devolvieron
al trono de sus mayores y le ofrecieron, guiados
de su amor y desinterés, una era venturosa de paz
y prosperidad.
Mas tarde había llegado el día del triunfo; pero,
¡qué triunfo aquél amargado por la duda y el te-
mor constantes, por las conspiraciones y manejos
de los absolutistas, por las veleidades del monarca
y por la rémora que impedía afirmarse y conso-
- lidarse en el seno de este país la causa de la M-
bertad!
Volvamos á los jóvenes que, sentados junto á un
balcón abierto y al cual llegaba el ruido de la mu-
chedumbre, como el rumor del trueno que estalla md
á larguísima distancia, reanudaron un o
diálogo. | ] |
—Lorenzo—dijo Laudaburu dando á su rostro de
un marcado tinte de tristeza, —¿no es verdad que
más que amigo eres para mí un hermano? ¿No es
cierto que darías gustoso mil veces tu existencia
por salvar la mía, y que no hay sacrificio, por gran- E
de é imposible que parezca, que no realizases por-
- mí? ¿No es ese el cariño que nos une?
-—¿Quién puede dudarlo?—exclamó Lorenzo es-
trechando con fuerza la mano de su amigo.—¿Pero
quieres decirme qué te sucede para que á la fuerza
- metraigas á mi despacho fuera de hora, adoptes
ese aire de tristeza, y me dispares á boca de jarro
- esas preguntas? |