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CAPITULO LX
El colmo de la medida.
El ruido hecho por la silla de posta al desembo-
car en la calle, llamó la atención de Georgina, la
que, asomándose al balcón, vió con asombro que
aquel carruaje era el de David. | |
Sintió que su pecho se inundaba de júbilo, y una
sonrisa de placer se dibujó en sus labios. |
—¡Ya es mía Isabel! —balbuceó, á la vez que se
retiraba al gabinete.
Veremos si ahora que soy dueña de esa mucha-
cha se atreve Rivera á despreciarme.
Los ojos de la prada: se iluminaron. de una
manera extraña.
Odio, impaciencia, crueldad, todo aparecía en
su mirada.
—Esta vez David debe haber cumplido mi en-
cargo de un modo perfecto.
Le conozco bien, y sé que le sobra. ingenio y tra=