68 LA CIEGA DEL MANZANARES.
—¡Silencio!... Toda reflexión sería inútil; y ade-
más, necesito decirte muchas Cosas; 0 precisa ha-
blar, desahogar mi corazón, y obtener de tí una So-
lemne promesa para morir tranquilo.
—:¡Landaburu!. ..—exclamó Lorenzo, que sentía
que sus ojos se empañaban de lágrimas.
El teniente de Guardias asió entre las suyas las
manos de su amigo, y continuó:
-—Fsta tarde, cuando el rey vuelva á Palacio,
los soldados que prestan aquí sus servicios grita-
rán ante esa turba que espera en la plaza: ¡Viva el
rey absoluto!...
—¿Cómo sabes?...
- —Una conversación que he sorprendido en las
cuadras de mis soldados. El pueblo liberal, ante
este ataque'á su ídolo la Libertad, protestará; pero
su protesta no pasará de unos cuantos vivas á la
Constitución.
Esto no basta: mañana se habría olvidado el su-
«eso, y 1oS conspiradores continuarían sus traba-
jos. Como es necesario evitar que esto suceda, para
que ardan en 1ra las fuerzas liberales y0 VOY á
provocar el conflicto. Sé que mi sangre se derra-
'“mará; pero al conocer mis hermanos mi muerte, á
la vista de mi sangre vertida por nuestra causa
atacarán furiosos ú los asesinos, y habremos sal-
vado la libertad.
Deja que el tiempo acabe de explicarte mis.pro-
pósitos. ]
Ahora, Lorenzo, permite que llegue á pedirte