LA CIEGA DEL MANZANARES. 701
—5í, Adela; 4 cumplir con mi obligación.
—Anoche le esperé en vano..
—Me fué imposible subir; si estaba ¡usted des-
pierta, ya oiría que mi-madre tuvo visita,
En efecto... ¿y ahora?
—Duerme.
—Tenemos que hablar.
—Diga usted: estoy á sus órdenes.
—En este,momento es imposible... puede des-
pertar ó venir su hermano. L Sh
— ¡Es cierto!... ¡siempre buscando las ocasiones
para una cosa tan sencilla é inocente!... ¡siempre
huyendo de todos!... no haríamos más si concertá-
ramos un crimen. |
— ¡Sí tal!... es preciso que esto concluya.
Casimiro suspiró, como si oyera hablar de un
imposible.
—¿Podrá usted venir esta tarde cuando esté yo
sola? —preguntó la joven.
—Puedo; disponga usted de mí.
—Pero seme olvidaba que yo quedo aquí ence-
rrada. Esa mujer se lleva la llave.
—No importa: yo tengo medios de entrar.
—¿De veras?
—Me he agenciado otra llave desde que está us-
ted aquí, sin que mi madre lo sepa, en la previ-
sión de que pudiera serme necesaria.
—¡Oh! ¡cuánto lo celebro!
—Vendré cuando usted me indique.
—Entonces... á las tres.