Full text: Tomo 2 (002)

    
  
  
  
  
  
  
  
  
  
704 LA CIEGA DEL MANZANARES. 
Su ciego cariño por su hijo León la hacía entre- 
garle todo lo que mal ó bien ganaba, hasta el di- 
nero que el pobre cojo, 4 fuerza de soplar en el 
cornetín, la entregaba algunas veces, y no slem- 
pre, viendo que para vivir tenía que cuidar de su 
manutención. 
Aquel bandido era una esponja que chupaba to- 
das las humedades de los bolsillos. 
Cuando estuvo terminado el guisote, llamó á 
Adela. 
Ésta, apoyándose en la mugrienta y descascari- 
llada tapia, donde estaban embutidos los escalones 
por uno de sus extremos, bajó con trabajo, ocu- 
pando su sitio en la mesa. 
La Tuerta la había servido ya su ración en un 
plato desportillado, poniendo al alcance de su ma- 
no una jarra con agua y un trozo de pan con dos 
días de antigiiedad. e 09... 
La joven comía, aunque con repugnancia. 
Su estómago no se acostumbraba á aquellos gui- 
a sos; pero no la daban otros, y aún no había resuel- 
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
    
to morirse de hambre. 
La vieja, por el contrario, los encontraba muy 
gustosos. 
Engullendo á' más y mejor, la decía: 
—Vamos, gacela, llevas ya cinco días de: cama 
y tres de convalecencia: total, ocho de holgazana. 
¿Cuándo piensas salir á ganarte los picudos? 
—Cuando usted disponga. 
—Entonces, mañana.
	        
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