Full text: Tomo 2 (002)

  
720 LA CIEGA DEL MANZANARES. 
La Tuerta se repuchd, como élla decía. 
Fijándose bien, reconoció en Isabel á la joven 
- que había visto en el balcón señalando á la ciega 
y llamándola hermana. 
Recordó al mismo tiempo que en los primeros 
- días que pasara Adela en su casa, cuando aún no 
conocía la casta de pájaro: de la mujer que iba á 
servirla de verdugo, las señas que la dió de su her- 
mana coincidían con las de Isabel. 
Empezó á sospechar Pas y algo que no la agra- 
daba. 
UN qué vienen esas preguntas? —dijo. 
—S$íÍ, usted es la misma que iba.con la ciega; — 
SE silica aquélla. | 
A Tuerta temió que a, despertándoso, la 
reconociera en la voz. 
«Así es que poniéndose un dedo sobre los labios, 
la dijo: j | | | 
—Hable usted bajo; tengo enfermo en casa. 
—¿Dónde está esa joven? preguntó Isabel obe- 
deciéndola. 
—¿Qué joven? 
—La ciega. 
—¡Vaya, vaya! Déjeme stad de líos. 
| —Yo sé bien lo que me digo; usted estuvo aque- 
la mañana con la ciega en el atrio de San Luis, 
donde la socorrió un médico á quien dió usted las 
señas de su casa, que es esta. ! 
? —¿Y qué? . 
—Por más señas que el médico, al reconocer ála 
  
  
  
  
  
  
   
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
    
    
    
    
	        
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