720 LA CIEGA DEL MANZANARES.
La Tuerta se repuchd, como élla decía.
Fijándose bien, reconoció en Isabel á la joven
- que había visto en el balcón señalando á la ciega
y llamándola hermana.
Recordó al mismo tiempo que en los primeros
- días que pasara Adela en su casa, cuando aún no
conocía la casta de pájaro: de la mujer que iba á
servirla de verdugo, las señas que la dió de su her-
mana coincidían con las de Isabel.
Empezó á sospechar Pas y algo que no la agra-
daba.
UN qué vienen esas preguntas? —dijo.
—S$íÍ, usted es la misma que iba.con la ciega; —
SE silica aquélla. |
A Tuerta temió que a, despertándoso, la
reconociera en la voz.
«Así es que poniéndose un dedo sobre los labios,
la dijo: j | | |
—Hable usted bajo; tengo enfermo en casa.
—¿Dónde está esa joven? preguntó Isabel obe-
deciéndola.
—¿Qué joven?
—La ciega.
—¡Vaya, vaya! Déjeme stad de líos.
| —Yo sé bien lo que me digo; usted estuvo aque-
la mañana con la ciega en el atrio de San Luis,
donde la socorrió un médico á quien dió usted las
señas de su casa, que es esta. !
? —¿Y qué? .
—Por más señas que el médico, al reconocer ála