124 > LA CIEGA DEL MANZANARES.
Y trataba de arrastrarla hacia la puerta.
Pero la vieja se interpuso. 4
—Un momento, mi linda damisela—dijo con
ironía. —Supongo que tendrá usted la bolsa bien
repleta de duros para pagar toda la algarroba que
en cuatro meses se ha tragado esta paloma...
—Yo pagaré mañana, —contestó Isabel, sin ce-
jar en su empeño. -
—Pues hasta mañana no Ea del palomar.
— ¡Cómo!
-—¡Qué linda cosa sería marcharse ahora, y lue-
go, si te he visto no me acuerdo!... |
—¿Supone usted que yo vaya á engañarla?
—Digo que hasta mañana no sale de aquí.
— ¡Señora Mónica, por Dios! —gritaba la ciega.
-—¡Aquí no hay Mónica que valga!
El dinero, ó la chica.
De pronto se oyó un silbido salida:
Adela palideció.
León siempre se anunciaba así.
—Él lo arreglará todo; —dijo su madre, que tam-
bién le había conocido.
_Escupejumos se presentó en la puerta.
Al pronto se sorprendió; pero viendo á las dos
hermanas abrazadas, empezó á comprender la
verdad. | ) j
] —¿Qué pasa aquí, madre?—preguntó con esa
. entonación especial, grave y semi-grotesca del