LA CIEGA DEL MANZANARES. 7135
estropeado ya un par de zapatos desde que empezó
su peregrinación por la Corte.
Todo lo daba por bien empleado si conseguía su
objeto; ¿qué importaba un poco de becerro y un
trozo más de suela?
En estas diligencias llegó el día tan fatal de que
hemos dado cuenta en el capítulo anterior.
A la sazón recorría doña Gumersinda la calle de
los Estudios, Rastro y Embajadores, con tan minu-
cioso cuidado como si del encuentro de la ciega
dependiera toda su fortuna.
En aquella peregrinación voluntaria hacíase
acompañar de uno de sus tres perros favoritos, de
los que formaban asiduamente su corte: Palomo,
que era el famoso perro de aguas, con quien la ba-
queta del fusil del portero y las uñas del gato de
la portera habían entablado lamentables relacio-
nes; Pichichi, podenco de buena raza, y Regente
especie de dogo, cruzado con una perra entre gal-
Sa y mastina. | ;
Los dos primeros iban siempre libres, sin otra
sujeción que la voluntad de su dueña; acaso se
habían granjeado aquella franquicia por su natu- e
ral pacífico y buena conducta.
El último, á quien aquel día tocaba de tanda,
caminaba, como le hemos visto otras veces, sujeto
con un cordón de seda, atado á la argolla de un
collar de suela con su correspondiente hebilla.
Era el más joven de los tres, y por consecuencia
el más inquieto, el de sangre más caliente, cuyo