LA CIEGA DEL MANZANARES. 7151
Nada tenía de particular, puesto que no. se en-
tendían los mismos que acababan de armarla.
Empezaba á sentirse mal entre aquella gente,
' pues había rostros muy poco tranquilizadores y
ademanes demasiado enérgicos, á los que no esta.-
ba acostumbrada.
Quiso abandonar aquel sitio.
¡Ah! Se equivocan de medio á medio los que di-
i cen que querer es poder. o
bs : Entre intentarlo y conseguirlo, había una gran
distancia,
—¡Señores! —decía con angustiosa VOZ. —¿Su- |
| pongo que no tendrán ustedes interés en que yo
y me ahogue por falta de aire?
En aquel momento supremo sintió una cosa en-
tre los piés, un golpe rudo que la hizo vacilar.
Para no caer, extendió la mano derecha, a asién-
dose á la única tabla de salvación que la depara-
ba aquel naufragio. |
Encontróse con un sombrero de teja entre las
manos. |
Al mismo tiempo oyó una voz conocida que la.
decía: |
— ¡Pero doña Gumérsinda, va usted á arrancar-
me el poco pelo que me queda! |
La pobre vieja cayó entre unos brazos abiertos
oportunamente á su espalda. '
Eran los de su confesor, el mofletudo padre Me-
litón. |
Pasaba poco antes por el sitio de la ocurrencia. ñ