Full text: Tomo 2 (002)

    
7170 LA CIEGA DEL MANZANARES, 
Antes de despedirse, dijo: 
—Mañana pondré una vela de dos libras de ce- 
ra'en el altar de Santa Rita, en la iglesia de Nues- 
tra Señora de Loreto; se la había prometido, si 0b- 
tenfamos un buen resultado én nuestras pesquisas. 
Después añadió, dirigiéndose á Isabel 
—¡Vamos, que el capitán de Ingenieros también 
va á pasar un buen rato cuando lo sepa. 
Al subir la escalera, murmuraba: ;, 
—Todos son felices menos yo; ese pícaro dogo... 
Un alegre ladrido interrumpío estas palabras. 
El perro, de vuelta ya de su ruidosa expedición, 
la esperaba á la puerta de su cuarto. 
—¡Regente!... ¡Regente!...—exclamó aquélla, 
sim poder refrenar su alegre sorpresa.—¡Oh! pero 
  
  
  
  
    
es necesario que de aquí en adelante 'tengamos 
mucho cuidado con los dominicos... y con las sal- 
-_Chicherías... | 
Adela se retiró temprano. 
Era la primera noche, después de cuatro meses, 
que iba á descansar á gusto. 
Antes de dormirse pensó mucho en Casimiro. 
O: muchacho! —decía.—Estoy segura que 
á esta hora también él se acuerda de mí... ¡Dios le 
dé la felicidad que en medio de mi cuita ha trata- 
do de procurarme! 
Al día siguiente su hermana leía en alta voz en 
un periódico la relación del motín ó asonada de la 
calle de Embajadores. | 
  
  
  
  
  
  
 
	        
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