7170 LA CIEGA DEL MANZANARES,
Antes de despedirse, dijo:
—Mañana pondré una vela de dos libras de ce-
ra'en el altar de Santa Rita, en la iglesia de Nues-
tra Señora de Loreto; se la había prometido, si 0b-
tenfamos un buen resultado én nuestras pesquisas.
Después añadió, dirigiéndose á Isabel
—¡Vamos, que el capitán de Ingenieros también
va á pasar un buen rato cuando lo sepa.
Al subir la escalera, murmuraba: ;,
—Todos son felices menos yo; ese pícaro dogo...
Un alegre ladrido interrumpío estas palabras.
El perro, de vuelta ya de su ruidosa expedición,
la esperaba á la puerta de su cuarto.
—¡Regente!... ¡Regente!...—exclamó aquélla,
sim poder refrenar su alegre sorpresa.—¡Oh! pero
es necesario que de aquí en adelante 'tengamos
mucho cuidado con los dominicos... y con las sal-
-_Chicherías... |
Adela se retiró temprano.
Era la primera noche, después de cuatro meses,
que iba á descansar á gusto.
Antes de dormirse pensó mucho en Casimiro.
O: muchacho! —decía.—Estoy segura que
á esta hora también él se acuerda de mí... ¡Dios le
dé la felicidad que en medio de mi cuita ha trata-
do de procurarme!
Al día siguiente su hermana leía en alta voz en
un periódico la relación del motín ó asonada de la
calle de Embajadores. |