780 LA CIEGA DEL MANZANARES.
el almanaque el santo del día siguiente, y si se
sacaba ánima, y por último estuvo espulgando al
'minino “sobre sus rodillas, mientras canturreaba
entre dientes el responsorio de San Antonio de
Padua.
Hizo, en fin, todo lo que hace en su casa una i
mujer arreglada, de orden, buenas costumbres, y
que vive en el santo temor de Dios.
A eso de las diez, no oyendo ningún ruido en la
alcoba de su amo, se acercó de puntillas para no
turbar su reposo.
Fray Melitón dormía.
Pero su sueño no era tranquilo.
Murmuraba de vez en cuado palabras incohe-
rentes, como sucede cuando á uno le agita una pe-
sadilla; no podía permanecer en la misma postura
ni cinco minutos, y daba mil vueltas de un lado
para otro, descomponiendo las ropas del lecho.
La anciana estuvo observándole con atención;
después dijo: )
—Lo principal es que duerma; creo que maña-
na no tendrá nada, y que podrá decir su misa
como todos los días... es un poco aprensivo... natu-
ralmente; ¡como que ya va estando cerca de Villa-
vieja!... | i |
| Y salió de la estancia con las mismas precaucio-
nes para no turbarle el sueño.
- Después llevó á la sala un colchón, que tendió
en el suelo, una manta y una almohada, acordán-
dose de la recomendación que la había hecho el