80 . LA CIEGA DEL MANZANARES.
salvar su honor, que es el de la familia, adoptando
á esa criatura y haciéndola pasar por nuestra. A
este fin dispuse tu viaje y el aislamiento absoluto
de Juana, pues de esta manera los síntomas del em-
barazo de ésta no serían advertidos, y nadie podría
extrañarse al saber que tú has tenido otro hijo.
¿Comprendes? , | | |
- Antonio estaba como si se encontrara sobre un
. volcán: no osaba levantar la vista del suelo cre-
yendo que en su mirada había de leer Emilia su
delito, y la más cruel impa sciencia le devoraba.
Cuando la infeliz esposa se repuso de su sorpresa,
e dijo á Antonio:
pa La verdad, yo no veo clara esta cuestión. ¿Es
posible que mi hermana Pes. olvidado sus deberes
y el respeto que ha de guardar á su nombre y á su
, ámilia? Nunca lo hubiera pola: pero desgracia-
da, AER los hechos lo SS tran, y es preciso re-
conocer la triste realidad. Además, aquí entra lo
que no puedo explicarme. Si esa des sgracia pesaba
sobre élla, ¿por qué no me escogió á mí por conse-
E jera? ¿Por qué en vez de contarte sus cuitas 4 tí
no vino á hacer partícipe de ellas á su hermana?
- ¿Por qué-en vez de pedirme protecci ión á mí fué á
solicitar la tuya? Esa confidencia era más propia
para hacerse á una mujer que á un hombre, má--
_xime cuando esa mujer era su hermana.
- Antonio, que estaba perfectamente alecí cionado
| por Juana, se apresuró á replicar: ;
A IA querida Emilia, que tu hermana temía