LA CIEGA DEL MANZANARES. 833
¡Oh! ¡También sufren las flores; pero sufren ho-
rriblemente!
La sensitiva, ála presión de un cuerpo extraño
Se contrae, y el girasol busca afanoso los rayos
del astro-rey para que presten calor á sus hojas,
que sin él permanecen marchitas.
La condesa, semejante al girasol, hacía tiempo
que buscaba afanosamente la luz para su alma, y,
no hallándola, el dolor fué minando su naturaleza,
tan delicada como la sensitiva.
—¿Qué tal se encuentra usted hoy?—exclamó
don Félix cariñosamente, á la vez que pulsaba á
la enferma. ]
—¡Como siempre!
débil.
Esta noche me ha molestado mucho la tos.
—Pues la encuentro á usted mejor, y estoy se-
guro que tan pronto como logre dominar esa pa-
sión de ánimo que la martiriza, recuperará usted
por completo la salud.
La condesa se sonrió amargamente.
Aquella sonrisa parecía decir:
—He perdido la esperanza de ser dichosa en es-
ta vida.
Don Félix, sentándose á la cabecera del el
ke la enferma, profirió:
—Señora, el médico deja su puesto al amigo.
Necesito que me preste su concurso para hacer
Una buena obra.
—Usted dirá, doctor, en la seguridad de que
TOMO TL, a a AOS
repuso la infeliz con voz