Full text: Tomo 2 (002)

sen 
    
      
   
840 LA CIEGA DEL MANZANARES. 
Al regresar á su casa, le detuvo el portero, di- 
ciéndole: 
—Señor Mauricio, está usted de enhorabuena. 
Ha venido su señorito del extranjero. > 
—i¡Que ha venido mi señorito! —exclamó, abrien- 
do con asombro cuanto pudo sus pequeños ojillos. 
—AÍ, señor; arriba está; —agregó el portero. 
Mauricio, sin responderle, salvó en un momento 
los escalones, diciéndose: 
—AÁlgo grave sucede cuando vuelve de París tan 
de repente. 
     
  
  
  
  
  
     
  
     
    
   
   
  
   
  
  
  
  
  
   
     
¿stará cansado de esperarme. ¡Gracias á que 
ahora tengo disculpa; que si no, no había quien me 
quitase media docena de caricias con la punta de 
la bota! 208 ) 
Haciendo mil reverencias y manifestando exce- 
sivo placer, entró el ayuda de cámara en el gabi- 
nete de su señor. Al verle, Rivera le preguntó por 
Isabel. 
—Señor, vengo de ver á la directora de la cár- 
cel, y me ha dicho que la señorita está un poco de- 
licada. 
_—Vuelve mañana y procura verla, porque yo 
voy á ponerme inmediatamente á las órdenes del 
ministro de la Guerra, y no sé dónde me destinará; 
—balbuceó don Luis con marcado disgusto. 
—Descuide el señor, pues ya sabe que tiene en 
mí su servidor más apasionado. 
- Aquella noche comenzaron á dimabróliansa log 
sucesos políticos que ya conoce el lector, como asi- 
 
	        
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