LA CIEGA DEL MANZANARES. 847
Una vez en ella, penetró en el gabinete de su
señor con el semblante compungido y no atre-
viéndose á alzar la vista del suelo.
Rivera le esperaba con esa impaciencia que siem-
pre devora el corazón de los enamorados cuando
aguardan noticias del ser querido.
Dirigiéndole una investigadora mirada, le pre-
guntó:
—¿Has visto á Isabel?
¿Qué te ha dicho?
! —Señor, no la he visto. )
y ; —¡Continúa enferma! —agresó Rivera con an-
gustia.
—Desgraciadamente, no señor.
—¡Habla! ¡Pronto, díme lo que ocurre! —excla-
- mó don Luis con acento imperativo.
- Mauricio vaciló, temiendo que en un arranque
de furor de su amo pagase él las culpas ajenas.
Pero comprendiendo que con su silencio sólo
conseguiría oi balbuceó con entonación
compungida:
—La señorita Isabel no está en la cárcel; a sa-
lido conducida para la Coruña, de orden del señor.
ministro de la Gobernación.
Es imposible describir el efecto que esta noticia
- "produjo á Rivera. | 0
El furor y la desesperación se reflejaron en su
semblante, y acariciando la empuñadura de su es-
_pada, exclamó con iracundo acento: |
--¡Pronto, que me ensillen un caballo!