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in la sala de presos del Hospital.
—¿Qué tal habéis pasado la noche? —preguntó
doña Andrea á las dos hermanas, poco después de
haberse éstas levantado. | |
—Regular, doña Andrea, regular tan sólo—re-
puso Isabel. —Estábamos tan trastornadas por las
emociones sufridas, que en mucho tiempo nos ha
sido imposible conciliar el sueño. ¡Hacía tanto que
Adela y yo no nos vefamos!... ¡Teníamos tanto que
- «contarnos! ¡Tantos deseos de llorar juntas nuestras
- desventuras! ¿No es verdad, hermana mía, que an- )
helabas llorar en los brazos de tu Isabel?
- —¿Puedes dudarlo? —contestó con tono de cari-
- ñosa reconvención la pobre ciega.—¡Ah, hermana
de mi vida, tú no sabes lo que yo he sufrido! ¡Tú
no puedes formarte una idea siquiera de mi mar-
- tirio! Pero no pienses, no, Isabel, que yo sufría
ES por mí, uE yo po por las one que me