858 LA CIEGA DEL MANZANARES.
es digno de nuestro reconocimiento; ¿no tengo ra-
zón, Isabel? |
—Sí, Adela; le debemos la libertad, y tal vez la
vida.
Es preciso averiguar si vive; y si es él el que ha
sobrevivido á aquel terrible drama , auxiliarle,
prestarle consuelos y protegerle; porque si se ve
á las puertas de la muerte, si en su conciencia se
sostiene la lucha terrible que es natural se libre,
si está abocado á sufrir terrible pena, es por nos-
otras.
—$í, hermana mía: es preciso acudir á remediar
sus penas, á calmar sus dolores, 4 librarle de la
muerte, si es posible.
¿Pero á quién acudir para eso?
- —¡Es verdad! —exclamó Isabel, á quien aquella
pregunta de su hermana sumió en una profunda
meditación, y cuya contrar iedad no tardó en re-
¡ielqiss en su sembiante.
Doña Andrea rompió el silencio, que se iba pro-
os. y dijo: | ¡
—No encontráis á quién dar ese encargo?
—No se me ocurre, —repuso Isabel.
—Pues á mí, sí. Decidle á doña Gumersinda lo
que pasa; exponedla vuestro deseo, y Manuel, su
hijo, hará eso y mucho más, si queréis.
- —¡Es verdad! —exclamó Isabel. —Manuel, mejor
- que nadie, puede e hacerlo. Hay que ver á doña Gu-
—mersinda. e
AMOra mismo voy á llamarla.
A