- ñada. ¿No es verdad que esto es infame? Continuó.
86 LA CIEGA DEL MANZANARES.
voy á traer á tu hija Antonia para que lo oiga. Se- 1
guramente le agradará más que á mí, —dijo Jua- A
na con irónico acento.
—No—replicó con gravedad Emilia,—no quiero
que llames á mi hija, porque la historia que voy á
- referirte no deben oirla las niñas.
—¡ Tan terrible es!... —exclamó Juana, que pro-
curaba tomar á broma un asunto que se la presen-
taba muy mal, porque seguramente aquella entre-
vista iba á tener un resultado nada favorable para
éla. E |
-_—Sí—repuso Emilia; —muy terrible es la histo-
ria de una mujer perdida y de un infame, y no .
quiero que mi niña «conozca á personajes tan re- EY
- pugnantes. | |
—¡Jesús, hermana, y qué entusiasmada te po-
_nes! Vamos, ya te escucho, venga tu historia; pero
| sé breve, porque la cabeza me duele, y no estoy
para historias ni cuentos.
- ——¿Conque te duele la cabeza?—dijo Emilia.—
Pues á mí el corazón y el alma. Escucha:
Eran dos hermanas, las dos casadas; una vivía
aquí, la otra en provincias; enviudó ésta y fué á
vivir á casa de la primera. |
Poco tiempo después, aquella mujer, que hasta
entonces había sido feliz, se vió abandonada por su
esposo, que se había convertido en amante de su cu-
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cinc Yori
o
La casada, á instancias de su "marido, y desco-
nociendo la inmensidad de su desgracia, fué á vi-