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LA CIEGA DEL MANZANARES. — 869
—Sin embargo, usted obró en su defensa. ¿Us-
ted tal vez no quiso inferir mal tan grave á su
hermano?...
—¡Mal tan grave! Oh, no, caballero, no; yo no
quise evitar más que dos cosas: que me matara, y
que hiciera daño á aquellas pobres niñas...
Por lo demás, ¿cómo iba yo á procurar su muer-
te cuando era mi hermano, y, á pesar de sus malos
_Instintos y de su pésima conducta, le quería co-
mo á lo que era, como á sangre de mi sangre?
—Así lo creemos, y por eso nos interesamos por
usted, tanto el señor director como yo.
—i¡Gracias, señores! El cielo premiará sus bue-
nos sentimientos. a
- —Debo hacerle presente, que no vengo sólo por
mí, sino á ruegos de dos personas que usted cono-
ce y que están muy agradecidas. |
—¿Acaso la cieguecita y su hermana?
—Las mismas. |
—¿No me han olvidado? ¡Qué buenas son!
—;¡Olvidarle! Nada de eso. Usted las salvó á
ellas ayer. |
Si cura usted de su herida y sale bien de su cau-
sa, á ellas deberá usted su libertad y su vida.
—¡Gracias, almas generosas! Dios quiera que a
Un día pueda premiarles el bien que me hacen y el
Consuelo que me prestan. 07
_—Ahora, Casimiro, nos retiramos. El señor lla |
- Tector velará por usted, y yo vendré con frecuen: eL
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