LA CIEGA DEL MANZANARES. 87
Ñ vir, bajo un pretexto que presentó su esposo, á UD
Fi pueblo inmediato para que no notase el embarazo:
] de su hermana y para que los amantes se entrega-
sen libremente á su amor. ¿Verdad que esto es
atrozmente infame?
Juana guardaba silencio; pero su palidez era
grandísima. |
—¿Qué tienes?—la preguntó Emilia. —¿Acaso te
sientes mal? Seré breve, no quiero molestarte más;
pero no te marches—siguió pesas al ver que
Juana procuraba levantarse; —voy 4 concluir mi.
historia. Verás qué miserables eran el marido y la
hermana de aquella infeliz mujer á que hagore--
ferencia. | | |
—¡Emilia! —eritó Juana, presa de una ira que
la ahogaba. | 000 |
—¡Bah! No te alteres, hermana. Ten un poco de
calma; ¡he tenido yo tanta!... Coneluyo en seguida.
¿Estábamos?... ¡Ah, sí; en que la esposa se fué á un
pueblecillo con su hija! Pues bien, poco después el
marido fué por ella, diciéndola que su hermana...
—i¡Basta, basta! Conozco la histori ia, interr um-
ae Juana. —¿Qué quieres, dí?..
—¡Ah! La conoces; ¿y alin te la ha referido?
¿No es verdad que no puede darse condición más
infame? - 0 ; | SL
¡Pero tú no sabes que aquella infeliz esposa
adoptó 6 hizo pasar por hija suya al fruto de-aque-
llos criminales amores! ¡No sabes lo que núbeta ES
aquella esposa cuando miraba retratada en la que de
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el
a