LA CIEGA DEL MANZANARES. 931
ha bien educada debe contestar las cartas que re-
cibe. Pero, ¿qué vas á decir en tu epístola? ¿Vas á
hablarle de tu amor? |
—No sé qué hacer. Si me dejase llevar de los
Sentimientos de mi alma, la confesaría mi pasión.
—No me parece lo más conveniente; pero pue-
des dejarla entrever que la amas.
—Eso es mejor. Voy á poner la carta, como ella,
en una hoja de papel y con lápiz, —y así diciendo,
Y apoyando la cartera en la pared, escribió unas
líneas, que leyó á su amigo.
Luego volvieron al salón.
En aquel instante acababa el acto tercero.
—Tarde llega usted, amigo Samper, oO una
Voz al lado de Andrés.
—¡ Hola, querido colega! ¿cómo va?
—Perfectamente. ¿No ve usted qué bien está la
sala? |
—¡Hay chicas divinas! E
—¡Soberbias! Mire usted las de X; más allá las
de Sánchez; aquí la marquesa de C... y en este
Otro lado..
No es Ericand que esté todo el mundo elegante.
Primera representación... ¡Ah, demonio! ya se me
- olvidaba: tenía que hacerle una pregunta.
—Usted dirá.
T—¿Conoce usted á aquella bulla que está en eran
- Palco tercero del lado del proscenio?
—i¿Aquella joven de blanco que está con un ca- es
| Ballero y=una señora?