Full text: Tomo 2 (002)

  
  
  
    
        
    
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
    
    
    
      
      
     
956 - LA CIEGA DEL MANZANARES. 
   
— ¡Casimiro! —exclamó la ciega al oir la voz de 
su antiguo amigo. 
—¡ Adela! ¡Ah, perdóneme usted si la he tratado 
con esa familiaridad! Señorita Adela, si algo pu- 
de hacer en alguna ocasión para hacer más lleva- 
dero el martirio á que la sometía mi... madre du- 
rante su cautiverio, en este momento me lo com- 
pensa con esta visita que jamás olvidaré. Crean 
ustedes, señoritas, que eternamente les viviré agra- 
  
decido. 
—No, Casimiro; no me trate en esa forma. Llá- l 
mame Adela, y tutéame, como antes hacías. 1 
—No, nunca. Entonces... 
—Era, como eres un amigo. ¿Crees que yo pue- 
do olvidar ta comportamiento conmigo, los favo- 
res que me hacías, los golpes que me evitabas?... 
No, Casimiro; ahora, como antes, yo soy tu amiga, 
tu hermana en la desgracia. 
- —Gracias, Adela. | 
—¿Y cómo se encuentra hoy de la herida?-—pre- 
guntó Isabel. | | 
—Mejor, mucho mejor. Demasiado bien; pues 
me temo que si la causa no se ve pronto, van á 
darme de alta y tendré que ir á la cárcel. 
—No tenga usted cuidado por eso, —repuso Mu- 
nuel.—De aquí saldrá usted para recobrar su li- 
bertad. : ; | 
—Dios le oiga á usted, —exclamó Adela. 
) -—¿Sabe usted, Casimiro, que hemos declarado mi 
hermana y yo en el sumario? 
  
 
	        
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