956 - LA CIEGA DEL MANZANARES.
— ¡Casimiro! —exclamó la ciega al oir la voz de
su antiguo amigo.
—¡ Adela! ¡Ah, perdóneme usted si la he tratado
con esa familiaridad! Señorita Adela, si algo pu-
de hacer en alguna ocasión para hacer más lleva-
dero el martirio á que la sometía mi... madre du-
rante su cautiverio, en este momento me lo com-
pensa con esta visita que jamás olvidaré. Crean
ustedes, señoritas, que eternamente les viviré agra-
decido.
—No, Casimiro; no me trate en esa forma. Llá- l
mame Adela, y tutéame, como antes hacías. 1
—No, nunca. Entonces...
—Era, como eres un amigo. ¿Crees que yo pue-
do olvidar ta comportamiento conmigo, los favo-
res que me hacías, los golpes que me evitabas?...
No, Casimiro; ahora, como antes, yo soy tu amiga,
tu hermana en la desgracia.
- —Gracias, Adela. |
—¿Y cómo se encuentra hoy de la herida?-—pre-
guntó Isabel. | |
—Mejor, mucho mejor. Demasiado bien; pues
me temo que si la causa no se ve pronto, van á
darme de alta y tendré que ir á la cárcel.
—No tenga usted cuidado por eso, —repuso Mu-
nuel.—De aquí saldrá usted para recobrar su li-
bertad. : ; |
—Dios le oiga á usted, —exclamó Adela.
) -—¿Sabe usted, Casimiro, que hemos declarado mi
hermana y yo en el sumario?