Full text: Tomo 2 (002)

  
  
  
  
  
  
  
  
    
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
     
  
  
  
96 LA CIEGA DEL MANZANARES. 
que serán las dos lo que hemos sido nosotros, dos 
hermanas, no dos amigas. Dí, Lorenzo, ¿quieres ser 
el padre de mi pobre Ángela? Si esto haces, puedes 
enorgullecerte de ser tú quien salva nuestra 
causa. | 
—Landaburu —contestó Lorenzo con solemne 
expresión y colocando su diestra sobre la espada 
que Landaburu había dejado sobre la mesa, —pue- 
des morir tranquilo; yo p0% desde ahora el. padre 
de Ángela. 
—¡Gracias, hermano mío, gracias! —exclamó el 
teniente de Guardias arrojándose en pole brazos de 
su amigo. 
En aquel instante llegó hasta allí el toque de cor- ** 
netas llamando á formar á la guardia. 
Los dos amigos se miraron atónitos. 
—Ha llegado el momento, —exclamó Landa- 
buru.—¡Adiós, hermano de mi alma; adiós, Loren- 
zo! Vová 
puede morir por la libertad! 
| Quiso Lorenzo hablar, y no pudo; parecía. que 
un dogal colocado en su cuello le apretaba con te- 
rrible fuerza. | 
—¡Vela por ella! —dijo á su oído el teniente es- 
trechando contra su corazón á su amigo, y preci- 
pitándose fuera del despacho. 
Lorenzo quiso seguirle. 
  
—i¡Detente!— gritó el heróico oficial.—No me si- 
gas, porque al verte, tal vez me falte el valor que 
necesito para morir, 
salvar nuestra causa... ¡Dichoso el que 
       
      
  
   
  
  
  
  
	        
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