Full text: Tomo 2 (002)

  
   
  
    
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
    
    
    
    
    
     
   
    
    
    
     
   
  
964 LA CIEGA DEL MANZANARES. 
segundos su pensamiento, y empezó su discurso 
por donde el fiscal había terminado el suyo. 
—«El abogado fiscal —decía Antonio lleno de 
justa indignación, —no satisfecho con los cargos 
- que va amontonando contra el infeliz acusado; no 
contento con haber abusado de los tintes más som- 
bríos para trazar el retrato moral de mi defendido, 
hasta ha entrado á definir, á juzgar, ú analizar la 
causa del llanto que acudió á los ojos del procesa- 
¡Qué conducta tan extraña, tan inexplicable, 
- la de la acusación! ¿Con qué derecho pretende el 
fiscal penetrar en lo más santo, en lo más sagrado, 
en lo más respetable: en la conciencia del hombr e? 
¿Cree el ministerio fiscal que le es permitido E 
emplear esos recursos? ¿Entiende que la desgracia on 
no es digna de respeto? ¡Ah, señores del Tribunal A 
Cuando se ha visto á la víctima, que' “Se escapaba; 
cuando se la ha juzgado indigna del terrible casti- 
go que para ella se pedía, se ha apelado á un recur- 
so del cual yo protesto con toda la fuerza de m 
razón, de mi conciencia y de mi derecho. Hecho 
esto, doy principio 4 mi defensa. > 
  
(_TOOXXAAKÁ 
Casimiro escuchaba á su defensor profundamen- 
¿1:48 emocionado. 
En sus ojos brillaban lágrimas de gratitud. 
Antonio comenzó su discurso de gue con tal
	        
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