CAPITULO LXXXVI
Entre veinticineo duros y una paliza, la elección
no es dudosa.
La situación de Rivera, respecto de Isabel, era
desesperada.
Los días pasaban sin tener ninguna noticia de la
JOven, que tranquilizara su corazón amante infun-
diéndole alguna esperanza, aunque fuera efímera.
El misterio seguía rodeando aquella detención
tbitraria á todas luces, de la cual era el alma su
- Señor tío.
¿De qué delito se la acusaba? ¿En qué podría
haber excitado una pobre muchacha las iras de un
Ministro? gai
No podía ser otro que su amor; con él tendbgiria: ]
ba los planes que había formado el tio de ide E
Tespecto de su sobrino. | le
Pero si esto era así, constituía una monstruo-
Sidad.