EL SECRETO. dd o
mas y mas su imaginacion, y acabó por dete-
nerse sin saberlo en un terreno desnudo de
vegetacion, que ya en otro tiempo habia sido
un sitlo despejado entre dos bosquecillos cui-
dados con esmero, desde cuyo sitio se abar-
caba con la mirada todos los aposentos que da-
ban al norte.
-—¡Por qué, sin embargo, estoy obligada á
poner ese papel en manos del señor! se decia
4 sl misma, leyendo y releyendo la carta que
arrugaba distraidamente entre sus dedos. La
señora ha muerto sin haberme obligado á ju-
rar eso. Con tal de que yo cumpla estricta -
mente lo prometido bajo juramento, ¿con qué
pretexto podria venir á atormentarme? ¡Qué
mas puede exigirse de mi! ¡Y no puedo ar-
riesgarme á arrostrar todo lo peor que pueda
sucederme , con tal de que haya cumplido las
obligaciones que me he impuesto al dar mi
palabra, con la mano puesta sobre la Biblia ?
De este modo razonaba, sin atreverse á
mas; porque al aire libre, á la luz del sol,
sus temores supersticiosos la dominaban aun,
como le habia sucedido por la noche en su
aposento. Se detuvo pues en sus deducciones,
y desarrugando la carta, leyéndola de nuevo, ,
repasaba en su memoria los terminos en que
mistress Treverton habia exigido de ella el .
solemne compromiso.
¡¿ En qué consistia este 9 Habia ofrecido no
destruir aquel escrito y no llevarle consigo en
el caso de abandonar el servicio de la familia.
Verdad es que, ho podia desconocer el yoto
formado por mistress Treverton de que aquel
documento fuese entregado á su esposo; pero,
este voto ¡obligaba á la persona que era de-
positaria del expresado documento ? Segura-
mente que sí, hasta cierto punto | ¿La obli-
gaba aquel juramento prestado por ella, aten-
dida la forma en que esto se habia verificado!
Ciertamente que no.
Al llegar á esta conclusion, Sarah levantó
los ojos, que se detuvieron naturalmente en
aquella fachada que revelaba tantas señales
de abandono como hemos dicho ya anterior -
mente; poco á poco, sus miradas se fijaron
por una especie de atraccion en una de las
ventanas , la del centro del cuarto bajo, mas
grande que las otras y de aspecto ¡mas seve-
ro, De repente sus ojos se animaron resplande-
ciendo como si hubiera cruzado una idea por
su imaginacion. Se estremeció; un ligero car-
min apareció en sus mejillas y Se adelantó con
paso precipitado hácia las paredes del antiguo
edificio.
Los vidrios de la gran ventana empañados
por el polvo y la humedad, estaban irregu-
larmente cubiertos por las telarañas. Debajo
de la expresada ventana y encima de un pe-
queño otero que habia sustentado en otro
«E?
tiempo algunos mazorrales de flores Ó de ar-
bustos, se habia ido acumulando un monton
de pedazos de yeso y otros varios restos del
ruinoso edificio. Una orladura irregular for-
mada por yerbas malas y plantas parásitas di-
señaba todavía la forma oblonga del antiguo
acirate. Con paso todavía indeciso, Sarah
Leeson dió la vuelta al mismo, mirando á ca-
da paso la ventana, al llegar bajo .la cual se
detuvo. Luego, dirigiendo una rápida ojeada
á la carta que tenia en la mano:
—Voy á arrostrar las consecuencias, dijo al
fin con breve acento.
Apenas habian salido estas palabras de sus
labios, cuando volviendo á ganar la parte ha-
bitada del antiguo edificio, siguió el corredor
subterráneo que conducia al cuarto del ama de
gobierno, entró resueltamente en él y descol-
gó un manojo de llaves que pendia de un cla-
yo. Aquel manojo tenia una tablita de marfil
en la cual estaban escritas estas palabras :
Llaves de los aposentos del norte.
Dejó las llaves encima de un escritorio in -
mediato á ella, tomó una pluma, y en el espa-
cio que habia quedado en blanco de la carta
escrita por mandato de su ama, añadió estas
líneas :
«Sialguna vez se descubriera el paradero de
este papel (lo que no creo que suceda, sien-
do este mi mas vehemente deseo), quiero que
se sepa que me he decidido á ocultarle porque
no tengo valor para presentar á mi amo la
declaracion que encierra, aunque este escrito
ya dirigido á él. Al obrar de este modo, aun
cuando lo hago contrariando el supremo deseo
de mi ama, no falto al juramento que me ha
hecho prestar solemnemente en su lecho de
muerte. Este compromiso me obliga á no des-
truir este documento y á no llevarlo conmigo
si salgo de la casa. Yo no haré seguramente
ni lo uno ni lo otro, siendo solo mi designio
ocultarle en el sitio mas recóndito que me
ofrezca una seguridad de que jamás pueda
ser hallado. Todos los inconvenientes, todas
las desgracias que puedan resultar de este
fraude, que es solo mio, sobre mí sola deben
recaer. Otros, mi conciencia me lo afirma,
ignorando para siempre el secreto que este es-
crito debia revelar, no serán sino muy dicho-
S08.»
Puso su firma al pié de estas líneas , pasó
rápidamente por el escrito el papel chupon
que habia encima del bufete, dobló la carta,
la cogió, y haciendo lo mismo con el manojo
de llaves, no sin dirigir en derredor suyo una
mirada inquieta como si temiera verse espia -
da, salió del aposento. Desde el momento
en que atravesó el umbral del mismo , todos
sus actos fueron repentinos y precipitados,