EL SECRETO.
tos de una chorrera, pantalones de terciopelo
muy largos arremangados á la altura del to- .
billo y finalmente unas botas á lo Blucher,
que jamás conocieron el cepillo ni el betun
desde el dia en que las desco!garon del biom-
bo de un zapatero de viejo. Su tez tenia un
color encendido, pero mal sano; sus gruesos
labios , cuyos extremos estaban vueltos hácia
arriba , expresaban una malévola ironía, y sus
ojos, por su forma y expresion , se asemeja-
ban á los de un renacuajo, tanto como puede
«concebirse lo sean los ajos colocados en un
rostro humano. Un pintor cualquiera , encar-
gado de dibujar una fisonomía en que la fuer-
Za estuviera unida á la insolencia, á la feal-
dad, ála grosería, á la astucia, no hubiera
podido hallar aunque recorriera todo el mun-
«do, un modelo mas completo que M. Shrowl,
En el momento de verse, niamo ni criado
pensaron en decirse una palabra y mucho
menos guardarse uno á otro la menor aten-
cion. Shrowl, con las manos en los bolsillos,
permanecia en una negligente contemplacion,
aguardando que las parrillas estuvieran des-
ocupadas. M. Treverton terminó su opera-
cion , colocó el pedazo de tocino encima de la
mesa, y cortando una rebanada de pan, em-
pezó á desayunarse. Solo despues de haber
comido el bocado, se permitió levantar la yis-
ta hácia Shrowl, que en el mismo momento
abriendo su cuchillo, se empinaba hasta lle-
gar al tocino, á lo largo del cual erraba su
mirada ávida y adormecida,
—i Qué significa eso! preguntó M. Trever-
ton con acento indignado, señalando con el
dedo el pecho de su servidor. ¡ Cómo, bruto,
ruin, te has atrevido á ponerte una camisa
limpia?
—Estoy muy contento, señor, que os ha-
ya llamado la atencion, contestó Shrowl con
burlona afectacion.de excesiva humildad...
-El dia lo exige seguramente, Yo no podia ha-
cer menos para celebrar el cumpleaños de mi
señor, que mudarme la camisa. Seas feliz en
este dia, señor, y á este sigan otros muchos,
Tal vez os figurabais que pasaria desapercibi-
do, Dios os ayude, generoso amo! no seré
yo quien deje pasar en el olvido semejante
aniversario... ¡(Qué edad teneis ahora, se-
ñor?... Debe hacer precisamente ya algunos
años, que erais un monigote risueño, llevan-
do una gargantilla bajo la barba, los bolsi-
llos llenos de balitas, chaqueta y pantalon de
una sola pieza y que recibiais de papá y de
mamá, del tio y la tia, muchos besos , MU-
chascaricias el dia de vuestro cumpleaños....
Sin embargo no tengais miedo que yo rompa
esta camisa á fuerza de lavarla, no. La me-
teré en un cajon con mucho espliego y no vol-
verá á salir hasta el cumpleaños práximo, Ó
T. Vil.
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á lo menos hasta el dia de vuestro entierro,
si lo segundo acontece antes que lo primero ,
lo: que á vuestra edad no tiene nada absoluta-
mente de imposible; pensad en ello !
—No te tomes cuidado para tener camisa
limpia para el dia de mi entierro, replicó
M. Treverton... Honrado Shrowl, no te he
olvidado en mi testamento... Cuando ys sal-
dré para la fosa, tú estarás en camino para el
hospital de inválidos, h
—En realidad, ¡habriais acabado por ha-
cer vuestro testamento? preguntó Shrowl,
deteniéndose en el momento de alcanzar su
pedazo de tocino, como dominado por un gran
interés... Os pido perdon humildemente, pero
yo me habia figurado siempre que teniais mie-
do de hacerlo.
Era evidente que el criado habia abordado
intencionalmente esta cuestión palpitante.
M. Treverton, herido en lo vivo de su cora-
zon, arrojó sobre la mesa su pedazo de pan y
dirigió 4 Shrowl una mirada de cólera.
—¿ Yo*miedo de testar, yo, imbécil! Si no
hago mi testamento, es por intencion de no
hacerlo, por principio, pero nunca por te-
mor,
Shrowl se puso á cortar su pedazo de toci-
no y á silbar al mismo tiempo una cancion -
cita.
—SÍ, por principio , repitió M. Treverton.
Los ricos que dejan en pos de sí su riqueza
son otros tantos cultivadores que explotan el
feraz terreno de la humana maldad. Cuando
un hombre conserva en sí algun destello de
generosidad , ¡quereis arrebatárselo 1 hacedle
vuestro legatario. Si quereis reunir un' grupo
de hombres llamado á perpetuar, en gran es-
cala, la corrupcion y la opresion tradiciona-
les, nombrad en vuestro testamento un alba-
ceazgo y encargadlessu administracion. ¡¿De-
seais procurar á una mujer una completa se-
guridad de caer en manos de un mal marido ?
legadle una fortuna. ¡Se trata de conducir 4 log
jóvenes á la perdicion, 6 de hacer que los
viejos sean queridos bajo muchos conceptos ,
consiguiendo reunir en derredor de sí los mag
viles elementos de la humana naturaleza ?...
¡Se trata de introducir la discordia entre pa-
dres é hijos, maridos y mujeres, hermanos y
hermanas? legadles vuestro dinero. ¡ Yo tes-
tar? Siento hácia mi especie una antipatía
sin límites, Shrowl, pero no he llegado toda-
vía á aborrecer bastante á mis semejantes
para arrojar entre ellos esa tea de discordia.
Terminando con estas palabras su violenta
diatriba, M. Treverton alcanzó del clavo en
que estaba colgado uno de los abollados ya-
sos de estaño y se bebió por via de refresco
una pinta entera de cerveza.
Shrowl colocó convenientemente las parri-
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