Full text: 2.a série, tomo 7 (1866) (1866,7)

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Como un recurso supremo, pues además del 
tempo que seria indispensable para hallar una 
Persona competente, era menester contar lo 
Que tardaria en trasladarse á West-Winston, 
Y esto sin perder de vista que desearia de to- 
“o punto emplear una mujer á quien conocie- 
Ya personalmente así como tambien su repu- 
tacion y su capacidad. A su vez propuso M. 
Orridge que mistress Frankland quedara al” 
cuidado de su camarera, bajo la vigilancia de 
la dueña de la Cabeza de Tigre, mientras él 
practicaba sus pesquisas en la vecindad. Si es- 
tas no producian resultado, se declaraba de 
antemano conforme con la idea de M. Frank- 
land, y se pondria de acuerdo con. él, en su 
visita de la noche, para expedir el despacho 
telegráfico para Londres. 
Las investigaciones á que se entregó M, 
Orridge desde el momento le ocasionaron mu- 
cho trabajo, y sin embargo no dieron ningun 
resultado, No escaseaban ciertamente las que 
se presentaban para desempeñar las funciones 
bien retribuidas de enfermeras y niñeras en 
una pieza; pero todas tenian mucha chá- 
chara, las manos torpes, los piés pesados, 
buenas campesinas en toda la extension de la 
palabra, llenas de.celo y buena voluntad, pe- 
ro demasiado mal acostumbradas para que se 
pudiera pensar en colocarlas á la cabecera 
de la cama de una señora tan linda y delica- 
da como mistress Frankland. Habia trascur- 
rido la mañana y la tarde avanzaba, sin que 
M. Orridge hubiera descubierto una suplente 
dignt de la enfermera que habia quedado fue- 
ra de servicio. 
A las dos seponia en marcha para una casa 
de campo adonde le llamaba una niña enfer- 
ma. El trayecto que debia recorrer era de me- 
dia hora, «Tal vez, pensaba M. Orridge su- 
biendo á su tilburí, tal vez al ir 6 al volver, 
me ocurrirá alguna buena idea, antes de mi 
visita de por la noche. » 
M. Orridge con la mejor intencion del mun- 
do, se devanaba los sesos mientras marchaba 
á su destino y llegó á él sin haberle ocurrido 
otra idea" que la de someter á mistress Nor- 
bury, cuya niña iba á visitar, la resolucion de 
la dificultad. Despues de haber comprado la 
clientela de West- Winston, 4 la primera que 
visitó fué á mistress Norbury, encontrando en 
ella una de esas señoras cuya benévola ma- 
durez, su franqueza y sus buenos consejos 
hacen que se las llame «buenas madrecitas. » 
Su marido era un squire campesino, célebre 
por su política retrógrada, sus buenas palabras 
de almanaque, y su vino de una antigiedad 
recomendable. En apoyo de:la buena acogida 
con que su esposa favorecia al nuevo médico, 
le habia dirigido rancias jocosidades sobre lo 
poco que esperaba darle que hacer, y su fir- 
EL SECRETO. 
me resolucion, tratándose de botellas, de no 
admitir en su casa mas que las que encerra- 
ban los excelentes vinos de Portugal y de 
: 
Francia. M. Orridge se habia reido con las 
ocurrencias del marido, habia aceptado la pro- 
teccion casi maternal de la mujer, y pensó 
que despues de todo, antes de echar la soga 
tras el caldero, podia muy bien pedir consejo: 
á mistress Norbury que hacia ya mucho tiem- 
po que estaba avecindada en West-Winston. 
En consecuencia despues de haber exami- 
nado á la niña, y declarado que la situacion de 
la enfermita no debia causar á nadie la menor 
inquietud, M. Orridge, por via de preliminar 
y para abrir paso al objeto de su comunica- 
cion, preguntó á mistress Norbury si habia oi- 
do hablar del interesante acontecimiento que: 
habia tenido lugar en la Cabeza de Tigre. 
— ¡Quercis saber, replicó mistress Norbury 
que era una mujer muy ingenua, usando re- 
sueltamente el lenguaje mas categórico, si he: 
oido hablar de esa señora que ha sentido dolo- 
res en el ferro carril, y que ha dado á luz un 
niño en la posada? Hé ahí todo lo que sabe- 
mos, viviendo, gracias al cielo, fuera del al- 
cance de las murmuraciones de West-Wins- 
ton. ¿Cómo está la madre? ¡sigue bien el ni- 
ño ? ¡Pobre mujer! ¡tiene 4 lo menos toda la 
asistencia que reclama su estado? ¡Puedo yo 
facilitarle alguna cosa, Ó serle de alguna uti- 
lidad en algo ? 
—A ella le hariais un gran favor y á mime 
prestariais al mismo tiempo un gran servicio, 
dijo M. Orridge, si me indicarais en el con- 
torno alguna mujer respetable que pudiera en- 
trar en su casa como enfermera, dotada de 
todos los requisitos que requiere un encargo 
tan delicado. » 
— ¡Supongo que no quereis decirme con 
esto que no ha tenido hasta ahora quien la 
cuide ? exclamó mistress Norbury. 
— No; ha tenido, replicó M. Orridge, la 
mejor enfermera que se ha podido encontrar 
en todo West-Winston. Pero, por la mayor 
de las desgracias, esa mujer ha caido enfer= 
ma esta misma mañana y se ha visto obliga- 
da á retirarse á su casa, y ahora no sé cómo: 
reemplazarla, Mistress Frankland está acos- 
tumbrada á los cuidados mas minuciosos y 
bien entendidos; y yo busco en vano donde: 
encontrar una persona de quien tenga motivos 
para estar contenta. 
— ¡No me babeis dicho que se llama Frank- 
land 1? preguntó mistress Norbury, 
—Si señora; me parece haber entendido 
bien que es hija de ese capitan Treverton que: 
ha naufragado con su buque, hace ya un año,. 
en las Indias occidentales. Tal vez no habeis 
olvidado lo que los periódicos contaron enton- 
ces referente á ese naufragio, 
  
J 
  
  
  
 
	        
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