EL SECRETO. 137
— No por cierto, y me acuerdo muy bien
del capitan Treverton. Yo le conocí, siendo
muy jóven, en Portsmouth. Su bija y yo no
podemos permanecer extrañas una para otra,
sobre todo en cireunstancias como las en que
se encuentra esa pobre mujer. En cuanto me
autoriceis para ello, M. Orridge, iré á presen-
tarme y á ofrecerla mis servicios, Pero entre.
tanto ¿cómo resolver esa cuestion de la en-
fermera? ¿Quién cuida ahora á mistress Frank -
land? -
—Su camarera; pero es muy jóven y poco
inteligente en el desempeño de su delicada mi-
sion. La dueña de la posada la ayuda en cuan -
to puede, pero los cuidados de su estableci-
miento reclaman continuamente su presencia.
Creo que nos veremos obligados á hacer jugar
el telégrafo, y hacer venir una de Londres,
que nos enviarán por el ferro-carril...
— Con lo que se perderá un tiempo precio-
so, sin contar con que la nueva enfermera
cuando esté aquí sea una mujer dada á la be-
bida ó una ladrona, ó ambas cosas á la vez,
dijo mistress Norbury con esa. libertad de
lenguaje que le era natura). . Misericordia!...
¿no podr amos idear algo mejor que eso 1 Yo
deseo sinceramente hacer cuanto de mí de-
penda en obsequio de mistress Frankland.....
¡Ah! aguardad, M. Orridge, creo queno ha-
ríamos mal en consultar 'á mistress Jazeph,
mi ama de gobierno que está abajo.... Es una
mujer extraña , con un nombre mas extraño
todavía, me direis, Pero viye aquí conmigo
hace mas de cinco años, y puede muy bien ser
que conozca en la vecindad alguna mujer co-
mo la que necesitais, Yo en este momento no
conozco á ninguna. — Dicho esto, mistress
Norbury tiró del cordon de la campanilla, se
presentó un criado y mandó decir á mistress
Jazeph que tuviera Ja bondad de subir.
Al cabo de uno ó dos minutos, llamaron sua-
vemente á la puerta y entró el ama de go-
bierno,
En cuanto se presentó, M. Otridge fijó en
ella su mirada con un interés y una curiosidad
de que apenas podia darse cuenta. A ojo de
buen cubero, como se dice vulgarmente, la
clasificó como mujer que rayaba en los cin-
cuenta, Su mirada facultativa descubrió en se-
guida , que en el complicado aparato que se
conoce bajo el nombre de sistema nervioso
. Mistress Jazeph en un momento dado habia
sufrido alguna perturbacion incurable , y notó
aquella tension muscular que imprimia en su
rostro una especie de dolorosa fatiga y aque-
lla rubicundez febril que coloró sus mejillas
desde el momento en que al entrar en el sa-
lon advirtió en él la presencia de un extranje-
ro. Observó en su mirada una especie de azo-
ramiento y que este subsistia aun, cuando por
grados el resto de la fisonomía habia ido re-
cobrando un poco de calma: «Esta mujer ha
sufrido evidentemente algun gran susto, algun
gran pesar, ó alguna dolencia orgánica, pensa-
ba entre sf.... Me'alegrara saberlo á punto fi-
jo,» añadió, siempre ¿n petto. | :
— Este caballero es M, Orridge, el médico
nuevamente establecido en West-Winston,
diio mistress Norbury , dirigiéndose á su ama
de gobierno. Asiste á una señora que se ha
visto obligada. 4 hacer alto en nuestra esta-
cion, interrumpiendo el viaje que hacia en di-
reccion de los condados del oeste, y que se
halla ahora instalada en la Cabeza de Tigre.
Supongo, mistress Jazeph, que habreis oido
hablar de esa historia. S
Mistress Jazeph, de pié en el dintel de la
puerta, dirigió una respetuosa mirada hácia el
lado donde estaba el doctor, y contestó afir-
mativamente á la pregunta de su ama. Aun
cuando articulara simplemente las dos pala-
bras de costumbre sí señora, y esto lo mas
pausadamente posible, M. Orridge se sintió
impresionado al oir la dulzura de aquella voz
como enternecida y plañidera. Si no la hubie-
ra tenido en su presencia creeria haber oido
á una mujer muy jóven. Despues que hubo
hablado, continuó ocupado en estudiar su fi-
sonomía, aun cuando las conveniencias le obli-
garan á no desviar su vista del sitio que ocu-
paba mistress Norbury. El doctor, que de or-
dinario no se fijaba en estas minuciosidades, se
sorprendió haciendo, en cierto modo, el inven-
tario de su prendido, de manera que mucho.
tiempo despues hubiera podido describir la
gorra de muselina, de inmaculada blancura,
que cubria dignamente su cabellera gris. pel-
nada cuidadosamente, y aquel vestido oscuro,
de un medio color, que le sentaba muy bien
y caia en derredor de su cuerpo en pliegues
tan iguales y bien distribuidos. La especie de
rubor que sintió al verse mirada tan atenta-
mente por el doctor no entorpeció de manera
alguna sus movimientos y acciones. Si, hablan-
do únicamente respecto al fisico, hay algo que
se pueda apellidar la gracia del recato, esta
especie de gracia estaba impresa en los meno-
res movimientós de mistress Jazeph. Esta era
la que guiaba sus piés deslizándose por enci-,
ma de las alfombras, cuando, á las nuevas
preguntas de su ama, mistress Jazeph se
acercó á mistress Norbury ; esta era la que
impulsó el movimiento de su mano cuando la
apoyó muy ligeramente en una mesa que te-
nia á su alcance, al detenerse para olr mejor
la pregunta que se le dirigia. RE
— Ks menester qué sepais, continuó mis-
tress Norbury, que esa pubre señora se res.
tablecia visiblemente, cuando, esta misma ma-
ñana, la enfermera que la cuidaba se ha visto