Full text: 2.a série, tomo 7 (1866) (1866,7)

  
  
  
  
EL SECRETO. 137 
— No por cierto, y me acuerdo muy bien 
del capitan Treverton. Yo le conocí, siendo 
muy jóven, en Portsmouth. Su bija y yo no 
podemos permanecer extrañas una para otra, 
sobre todo en cireunstancias como las en que 
se encuentra esa pobre mujer. En cuanto me 
autoriceis para ello, M. Orridge, iré á presen- 
tarme y á ofrecerla mis servicios, Pero entre. 
tanto ¿cómo resolver esa cuestion de la en- 
fermera? ¿Quién cuida ahora á mistress Frank - 
land?  - 
—Su camarera; pero es muy jóven y poco 
inteligente en el desempeño de su delicada mi- 
sion. La dueña de la posada la ayuda en cuan - 
to puede, pero los cuidados de su estableci- 
miento reclaman continuamente su presencia. 
Creo que nos veremos obligados á hacer jugar 
el telégrafo, y hacer venir una de Londres, 
que nos enviarán por el ferro-carril... 
— Con lo que se perderá un tiempo precio- 
so, sin contar con que la nueva enfermera 
cuando esté aquí sea una mujer dada á la be- 
bida ó una ladrona, ó ambas cosas á la vez, 
dijo mistress Norbury con esa. libertad de 
lenguaje que le era natura). . Misericordia!... 
¿no podr amos idear algo mejor que eso 1 Yo 
deseo sinceramente hacer cuanto de mí de- 
penda en obsequio de mistress Frankland..... 
¡Ah! aguardad, M. Orridge, creo queno ha- 
ríamos mal en consultar 'á mistress Jazeph, 
mi ama de gobierno que está abajo.... Es una 
mujer extraña , con un nombre mas extraño 
todavía, me direis, Pero viye aquí conmigo 
hace mas de cinco años, y puede muy bien ser 
que conozca en la vecindad alguna mujer co- 
mo la que necesitais, Yo en este momento no 
conozco á ninguna. — Dicho esto, mistress 
Norbury tiró del cordon de la campanilla, se 
presentó un criado y mandó decir á mistress 
Jazeph que tuviera Ja bondad de subir. 
Al cabo de uno ó dos minutos, llamaron sua- 
vemente á la puerta y entró el ama de go- 
bierno, 
En cuanto se presentó, M. Otridge fijó en 
ella su mirada con un interés y una curiosidad 
de que apenas podia darse cuenta. A ojo de 
buen cubero, como se dice vulgarmente, la 
clasificó como mujer que rayaba en los cin- 
cuenta, Su mirada facultativa descubrió en se- 
guida , que en el complicado aparato que se 
conoce bajo el nombre de sistema nervioso 
. Mistress Jazeph en un momento dado habia 
sufrido alguna perturbacion incurable , y notó 
aquella tension muscular que imprimia en su 
rostro una especie de dolorosa fatiga y aque- 
lla rubicundez febril que coloró sus mejillas 
desde el momento en que al entrar en el sa- 
lon advirtió en él la presencia de un extranje- 
ro. Observó en su mirada una especie de azo- 
ramiento y que este subsistia aun, cuando por 
grados el resto de la fisonomía habia ido re- 
cobrando un poco de calma: «Esta mujer ha 
sufrido evidentemente algun gran susto, algun 
gran pesar, ó alguna dolencia orgánica, pensa- 
ba entre sf.... Me'alegrara saberlo á punto fi- 
jo,» añadió, siempre ¿n petto. | : 
— Este caballero es M, Orridge, el médico 
nuevamente establecido en West-Winston, 
diio mistress Norbury , dirigiéndose á su ama 
de gobierno. Asiste á una señora que se ha 
visto obligada. 4 hacer alto en nuestra esta- 
cion, interrumpiendo el viaje que hacia en di- 
reccion de los condados del oeste, y que se 
halla ahora instalada en la Cabeza de Tigre. 
Supongo, mistress Jazeph, que habreis oido 
hablar de esa historia. S 
Mistress Jazeph, de pié en el dintel de la 
puerta, dirigió una respetuosa mirada hácia el 
lado donde estaba el doctor, y contestó afir- 
mativamente á la pregunta de su ama. Aun 
cuando articulara simplemente las dos pala- 
bras de costumbre sí señora, y esto lo mas 
pausadamente posible, M. Orridge se sintió 
impresionado al oir la dulzura de aquella voz 
como enternecida y plañidera. Si no la hubie- 
ra tenido en su presencia creeria haber oido 
á una mujer muy jóven. Despues que hubo 
hablado, continuó ocupado en estudiar su fi- 
sonomía, aun cuando las conveniencias le obli- 
garan á no desviar su vista del sitio que ocu- 
paba mistress Norbury. El doctor, que de or- 
dinario no se fijaba en estas minuciosidades, se 
sorprendió haciendo, en cierto modo, el inven- 
tario de su prendido, de manera que mucho. 
tiempo despues hubiera podido describir la 
gorra de muselina, de inmaculada blancura, 
que cubria dignamente su cabellera gris. pel- 
nada cuidadosamente, y aquel vestido oscuro, 
de un medio color, que le sentaba muy bien 
y caia en derredor de su cuerpo en pliegues 
tan iguales y bien distribuidos. La especie de 
rubor que sintió al verse mirada tan atenta- 
mente por el doctor no entorpeció de manera 
alguna sus movimientos y acciones. Si, hablan- 
do únicamente respecto al fisico, hay algo que 
se pueda apellidar la gracia del recato, esta 
especie de gracia estaba impresa en los meno- 
res movimientós de mistress Jazeph. Esta era 
la que guiaba sus piés deslizándose por enci-, 
ma de las alfombras, cuando, á las nuevas 
preguntas de su ama, mistress Jazeph se 
acercó á mistress Norbury ; esta era la que 
impulsó el movimiento de su mano cuando la 
apoyó muy ligeramente en una mesa que te- 
nia á su alcance, al detenerse para olr mejor 
la pregunta que se le dirigia. RE 
— Ks menester qué sepais, continuó mis- 
tress Norbury, que esa pubre señora se res. 
tablecia visiblemente, cuando, esta misma ma- 
ñana, la enfermera que la cuidaba se ha visto 
  
 
	        
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