atacada de una grave indisposicion. Hé aquí
pues á la jóven madre en un país que no co-
noce, en compañía de su primer hijo, y sin
el cuidado que le es indispensable, sin una
mujer de años y experiencia para cuidarla del
modo que debiera estarlo, Seria necesario que
viéramos si bay álguien que se encuentre en
estado de velar por esa delicada criatura, tan
poco acostumbrada á los sinsabores de la vi-
da. M. Orridge, hallándose desprevenido, no
puede en pocas horas, encontrar ese alguien.
Yo tampoco sé quien indicarle. ¡Podriais aca-
so, mistress Jazeph, prestarnos vuestro auxi-
lio? Allá en el pueblo, 6 entre los arrendata-
rios de M. Norbury, ¡conoceis alguna mujer
que sepa cuidar enfermos, y que reuna ade-=
más para ser recomendable á nuestros ojos,
algun tacto. y un exterior agradable ? '
Mistress Jazeph reflexionó un poco, y dijb
en seguida muy respetuosamente , pero en
muy pocas palabras, y sin tomarse al parecer
grande interés en el asunto, que no conocia á
nadie de quien pudiera responder para aquel
servicio.
—Pensadlo todavía, antes de expresaros
asi, dijo mistress Norbury. Esa señora me ins-
pira un interés particular, porque M, Orridge
me decia, precisamente en el momento que ha-
beis entrado, que es la hija de ese capitan
Treverton cuyo naufragio....
En el momento que oyó pronunciar estas úl-
timas palabras, mistress Jazeph, volviéndose
por un súbito movimiento , miró al doctor cara
% cara. Olvidando sin duda al mismo tiempo
que su mano se apoyaba en la mesa inmedia-
ta, se adelantó haciendo un movimiento tan
poco calculado , que empujó y derribó un per-
rito de bronce que estaba colocado en ella pa-
ra sujetar los papeles. La figurita cayó al
suelo, y mistress Jazeph se bajó para reco-
gerla , dando un grito de alarma infinitamen-
te mas agudo que el que debia hacerle dar un
accidente de tan poca importancia.
— Diantre de mujer!... qué susto le ha cau-
sado! exclamó mistress Norbury. El perro
no se ha hecho daño.... volvedle á colocar en
su sitio!....Esta es la primera vez, mistress
Jazeph, que os veo hacer una tontería... y es-
to creo que es un cumplimiento... Con que, co-
mo os decia, esa señora es la hija del capitan
Treverton, del cual todos nosotrós hemos lei-
do en los periódicos el terrible naufragio, Yo
he conocido á su padre siendo todavía jóven,
y tengo un grande empeño en facilitarle á ella.
todos los auxilios posibles... Una vez todavía,
pensadlo, ¡no hay en estas cercanías una per-
sona á quien se pueda confiar una enferma de
esta clase?
El doctor que continuaba examinando 4
anistress Jazeph con aquella especie de'inte-
138 EL SECRETO
rés científico de que se habia sentido impre-
sionado al verla, advirtió en ella, en el mo-
mento en que se volvia para mirarle, una pa-
lidez tal, una emocion tan profunda, que aun
cuando se hubiese desmayado en el acto , no
le hubiera causado ninguna extrañeza. Ahora,
desde que mistress Norbury habia dejado de
hablar, vió que mistress Jazeph cambiaba to-
davia de color. En sus mejillas aparecieron
dos brillantes manchas rojizas como las rose-
tas que animan al parecer el rostro de los ti-
sicos. Su mirada tímida, en la que se pintaba
cierta ansiedad, recorrió todo el aposento, y
los dedos de sus manos que estrechaba una .
con otra se enlazaron por una especie de mo-
vimiento mecánico : «Hé ahí, decia el doctor
para si, el medio para ensayar un hermoso
tratamiento...» y seguia con asidua mirada to-
dos los sobresaltos nerviosos de aquellas ma-
nos pálidas y crispadas.
—Pensadlo todavía ! repitió mistress Nor-
bury... Yo quiero á cualquier precio, si es po-
sible, sacar de apuros á esa pobre jóven.
— Yo tengo un gran pesar, dijo mistress
Jazeph con voz amhelosa y débil, tengo un
verdadero sentimiento de no saber á quien de-
signaros, pero...
Al llegar aquí se detuvo. La niña mas ti-
mida, puesta por primera vez en relacion
con personas extrañas, no hubiera podido pre-
sentarse con mayor turbacion. Su mirada pa-
recia que estaba clavada en el pavimento, su
rubor aumentaba y sus dedos se contraian
unos sobre otros por movimientos nas y mas
precipitados,
—Pero ¡qué? preguntó mistress Norbury.
—Iba á decir, señora, contestó mistress
Jazeph, hablando con un esfuerzo y un emba-
razo extremos, y sin levantar la vista hácia
su ama, iba á deciros que para no dejar á
esa señora enteramente desprovista... y aten-
dido el grande interés que demostrais por
ella... yo consentiria... toda vez que pudie-
rais pasaros sin mí... sí, yo consentiria...
—¡Cómo pues? ¡seriais vos su enferme-
ra?... vos? exclamó mistress Norbury. Pues
bien ! á fe mia, á pesar de todos vuestros ro-
deos, adoptais respecto á esto una determina-
cion que hace muchísimo honor á vuestra
bondad de corazon, á vuestro deseo de obli-
gar y de ser útil... Por loque respecta á
pasarme sin vos, no soy egoista hasta el
punto de pensar dos veces, en semejantes
circunstancias, en la extorsion que me cau-
saria privarme de los servicios de mi ama de
gobierno... Ahora la cuestion estriba en sa-
ber si vuestra competencia iguala á vuestro
buen deseo... ¡Habeis cuidado enfermos al-
guna vez!
—Si, señora, contestó mistress Jazeph,
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