Full text: 2.a série, tomo 7 (1866) (1866,7)

   
atacada de una grave indisposicion. Hé aquí 
pues á la jóven madre en un país que no co- 
noce, en compañía de su primer hijo, y sin 
el cuidado que le es indispensable, sin una 
mujer de años y experiencia para cuidarla del 
modo que debiera estarlo, Seria necesario que 
viéramos si bay álguien que se encuentre en 
estado de velar por esa delicada criatura, tan 
poco acostumbrada á los sinsabores de la vi- 
da. M. Orridge, hallándose desprevenido, no 
puede en pocas horas, encontrar ese alguien. 
Yo tampoco sé quien indicarle. ¡Podriais aca- 
so, mistress Jazeph, prestarnos vuestro auxi- 
lio? Allá en el pueblo, 6 entre los arrendata- 
rios de M. Norbury, ¡conoceis alguna mujer 
que sepa cuidar enfermos, y que reuna ade-= 
más para ser recomendable á nuestros ojos, 
algun tacto. y un exterior agradable ? ' 
Mistress Jazeph reflexionó un poco, y dijb 
en seguida muy respetuosamente , pero en 
muy pocas palabras, y sin tomarse al parecer 
grande interés en el asunto, que no conocia á 
nadie de quien pudiera responder para aquel 
servicio. 
—Pensadlo todavía, antes de expresaros 
asi, dijo mistress Norbury. Esa señora me ins- 
pira un interés particular, porque M, Orridge 
me decia, precisamente en el momento que ha- 
beis entrado, que es la hija de ese capitan 
Treverton cuyo naufragio.... 
En el momento que oyó pronunciar estas úl- 
timas palabras, mistress Jazeph, volviéndose 
por un súbito movimiento , miró al doctor cara 
% cara. Olvidando sin duda al mismo tiempo 
que su mano se apoyaba en la mesa inmedia- 
ta, se adelantó haciendo un movimiento tan 
poco calculado , que empujó y derribó un per- 
rito de bronce que estaba colocado en ella pa- 
ra sujetar los papeles. La figurita cayó al 
suelo, y mistress Jazeph se bajó para reco- 
gerla , dando un grito de alarma infinitamen- 
te mas agudo que el que debia hacerle dar un 
accidente de tan poca importancia. 
— Diantre de mujer!... qué susto le ha cau- 
sado! exclamó mistress Norbury. El perro 
no se ha hecho daño.... volvedle á colocar en 
su sitio!....Esta es la primera vez, mistress 
Jazeph, que os veo hacer una tontería... y es- 
to creo que es un cumplimiento... Con que, co- 
mo os decia, esa señora es la hija del capitan 
Treverton, del cual todos nosotrós hemos lei- 
do en los periódicos el terrible naufragio, Yo 
he conocido á su padre siendo todavía jóven, 
y tengo un grande empeño en facilitarle á ella. 
todos los auxilios posibles... Una vez todavía, 
pensadlo, ¡no hay en estas cercanías una per- 
sona á quien se pueda confiar una enferma de 
esta clase? 
El doctor que continuaba examinando 4 
anistress Jazeph con aquella especie de'inte- 
138 EL SECRETO 
rés científico de que se habia sentido impre- 
sionado al verla, advirtió en ella, en el mo- 
mento en que se volvia para mirarle, una pa- 
lidez tal, una emocion tan profunda, que aun 
cuando se hubiese desmayado en el acto , no 
le hubiera causado ninguna extrañeza. Ahora, 
desde que mistress Norbury habia dejado de 
hablar, vió que mistress Jazeph cambiaba to- 
davia de color. En sus mejillas aparecieron 
dos brillantes manchas rojizas como las rose- 
tas que animan al parecer el rostro de los ti- 
sicos. Su mirada tímida, en la que se pintaba 
cierta ansiedad, recorrió todo el aposento, y 
los dedos de sus manos que estrechaba una . 
con otra se enlazaron por una especie de mo- 
vimiento mecánico : «Hé ahí, decia el doctor 
para si, el medio para ensayar un hermoso 
tratamiento...» y seguia con asidua mirada to- 
dos los sobresaltos nerviosos de aquellas ma- 
nos pálidas y crispadas. 
—Pensadlo todavía ! repitió mistress Nor- 
bury... Yo quiero á cualquier precio, si es po- 
sible, sacar de apuros á esa pobre jóven. 
— Yo tengo un gran pesar, dijo mistress 
Jazeph con voz amhelosa y débil, tengo un 
verdadero sentimiento de no saber á quien de- 
signaros, pero... 
Al llegar aquí se detuvo. La niña mas ti- 
mida, puesta por primera vez en relacion 
con personas extrañas, no hubiera podido pre- 
sentarse con mayor turbacion. Su mirada pa- 
recia que estaba clavada en el pavimento, su 
rubor aumentaba y sus dedos se contraian 
unos sobre otros por movimientos nas y mas 
precipitados, 
—Pero ¡qué? preguntó mistress Norbury. 
—Iba á decir, señora, contestó mistress 
Jazeph, hablando con un esfuerzo y un emba- 
razo extremos, y sin levantar la vista hácia 
su ama, iba á deciros que para no dejar á 
esa señora enteramente desprovista... y aten- 
dido el grande interés que demostrais por 
ella... yo consentiria... toda vez que pudie- 
rais pasaros sin mí... sí, yo consentiria... 
—¡Cómo pues? ¡seriais vos su enferme- 
ra?... vos? exclamó mistress Norbury. Pues 
bien ! á fe mia, á pesar de todos vuestros ro- 
deos, adoptais respecto á esto una determina- 
cion que hace muchísimo honor á vuestra 
bondad de corazon, á vuestro deseo de obli- 
gar y de ser útil... Por loque respecta á 
pasarme sin vos, no soy egoista hasta el 
punto de pensar dos veces, en semejantes 
circunstancias, en la extorsion que me cau- 
saria privarme de los servicios de mi ama de 
gobierno... Ahora la cuestion estriba en sa- 
ber si vuestra competencia iguala á vuestro 
buen deseo... ¡Habeis cuidado enfermos al- 
guna vez! 
—Si, señora, contestó mistress Jazeph, 
  
e 
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—ar 
 
	        
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