Full text: 2.a série, tomo 7 (1866) (1866,7)

  
) 
«causó alguna sorpresa ver que se bajabajel ve- 
lo en el momento en que oyó abrir la puerta. 
—Siento mucho haberos hecho esperar, di- 
3o , pero he sido llamado á casa de un enfer- 
mo. Además, yo os habia dicho , creo que lo 
Tecordareis , entre siete y ocho... y ahora to- 
-davía no son las ocho, : 
—Yo deseaba vivamente llegar á tiempo, 
señor, contestó mistress Jazeph. 
En estas palabras que pronunció con el 
acento mas tranquilo habia sin embargo algu - 
na afectacion que hirió el oido de M. Orrid- 
ge y le puso en alguna perplejidad. Al pa- 
recer temía que no solo su voz, sino tambien 
-S5u rostro, no expresaran mucho mas que las 
palabras que acababa de pronunciar. ¡Qué 
sentimiento teuia que disimular? ¡Seria acaso 
«el disgusto que le habia causado la especie de 
Cuarentena que se la habia hecho sufrir en el 
aposento de la posadera ! : 
—Si quereis tener la amabilidad de acompa- 
arme, dijo M. Orridge, voy á conduciros 
ahora. mismo allado de mistress Frankland. 
Mistress Jazeph se levantó lentamente, y 
Una vez en pié, posó un momento la mano 
-en una mesa que estaba cerca de ella, Esta 
accion, por poro que durara, sirvió para afir- 
mar al doctor en la idea que habia formado 
«le que no tenia fuerza para desempeñar el 
Cargo para que se habia brindado. 
—Parece que estais fatigada, le dijo, mien- 
tras se dirigia fuera del aposento,.. ¡Supongo 
que no habreis venido á pié? 
—No, señor; mi ama ha tenido la bondad 
de hacerme traer aquí en la pong-chaise (1). 
Su voz era siempre afectada, mientras con- 
testaba así, y no habia hecho todav a ningun 
ademan de levantarse el velo. En vista de lo 
cual, M. Orridge subiendo por la escalera de 
la posada, adoptó en su interior la resolu- 
cion de vigilar de cerca los primeros cuidados 
que ofrecería á mistress Frankland, y en su- 
ma hacer de venir Londres una enfermera, á 
menós que .mistresa Jazeph no demostrara, 
«en sus nuevas atribuciones, un gran celo y 
una verdadera capacidad, 
£l aposento que ocupaba mistress Frank - 
land estaba enteramente situado en lo mas 
«Apartado del edificio; y se habia elegido asi, 
á fia de que la enferma estuviera tambien 
lo mas léjos posible del ruido y de la agi- 
tacion que reinaban constantemente á la puer- 
ta de la posada, La única ventana por don- 
de recibia la luz daba á algunas alquerias 
separadas, mas allá de las cuales crecian los 
ticos pastos que se yen en el oeste del So - 
  
(1) Pequeño carruaje con bancos tirado por 
caballos pequeños de rasa llamados poneys, 
EL SECRETO. 141 
mersetshire, rodeados por una larga y monó- 
-tona l.nea de ribazos cargados de espesa ar- 
boleda. La cama era de construccion antigua, 
de las de pabellon, con sus eternas cortinas 
de damasco que todos saben. Esta cama, ar- 
rimada 3 la pared, se proyectaba en medio 
del aposento, de manera que la persona que 
estaba acostada tuviera á su derecha la puer- 
ta, á la izquierda la ventana , y la chimenea 
frente á frente de los piés de la cama. Por el 
lado que daba hácia la ventana las cortinas 
estaban levantadas, mientras que por los piés 
y por el lado que daba á la puerta hermética- 
mente cerradas; por lo que se comprende, 
desde luego, que una persona cualquiera al 
pasar el dintel de la puerta no viera nada en 
el interior de la cama, 
—¿Cómo os sentis hoy, mistress Frank - 
land preguntó M. Orridge,, alargando la 
mano hácia las cortinas que iba á descorrer. 
¿0s desagradaria que el aire tuviera un poco 
mas libre el paso hasta llegar á vos? 
—Al contrario , doctor, me cauzará mucho 
placer, contestó... Pero tengo mucho miedo, 
si por casualidad habeis creido hallar en mí 
un poco de buen sentido, perjudicarme algo 
en vuestra estimacion, dejándoos ver en qué 
me ocupo hace una hora. 
M. Orridge se sonreia al retirar las corti- 
nas, y seechó á reir de veras al contemplar 
á la madre y al niño. Mistress Frankland afi- 
cionada á los colores vivos, se, habia entre- 
tenido, mientras su hijo dormia, en adornar- 
le con cintas azules. De este modo habja hecho 
al baby un collar, unas hombreras y brazale- 
tes enteramente iguales; y para completar la 
originalidad del disfraz, el pequeño gorro eo- 
queton de su madre habia sido colocado un 
poco inclinado en la calva cabeza del niño, 
con una locura verdaderamente cómica. La 
misma Rosmuuda, como si hubiera querido 
rivalizar en brillantez con el recien nacido, 
llevaba un ligero pardessus de color de rosa, 
adornado por encima del pecho y las mangas 
con una guarnicion de raso blanco formando 
feston. Flores de citiso, cogidas aquella mis- 
ma mañana, cubrian la bánova esparramadas 
y vaidas con algunas flores de lis de los va- 
lies, formando dos grandes ramos atados con 
lazos de color de cereza. Sobreaquel haz de 
variados colores, en las redondas mejillas y 
los redondos hombros del pequeña rorro , en 
el rostro jóvenes y radiante de su feliz madre 
se posaban tibios y tranquilos los tiernos res- 
plandores de una tarde del mes de mayo, 
Absorto en la contemplacion de aquel delicio- 
so cuadro que se habia ofrecido á su vista aj 
descorrer las cortinas, el jóven médico se en_ 
tregó á ella por algunos instantes , sin acor_ 
darse absolutamente de lo que le habia lleva _ 
  
 
	        
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