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«causó alguna sorpresa ver que se bajabajel ve-
lo en el momento en que oyó abrir la puerta.
—Siento mucho haberos hecho esperar, di-
3o , pero he sido llamado á casa de un enfer-
mo. Además, yo os habia dicho , creo que lo
Tecordareis , entre siete y ocho... y ahora to-
-davía no son las ocho, :
—Yo deseaba vivamente llegar á tiempo,
señor, contestó mistress Jazeph.
En estas palabras que pronunció con el
acento mas tranquilo habia sin embargo algu -
na afectacion que hirió el oido de M. Orrid-
ge y le puso en alguna perplejidad. Al pa-
recer temía que no solo su voz, sino tambien
-S5u rostro, no expresaran mucho mas que las
palabras que acababa de pronunciar. ¡Qué
sentimiento teuia que disimular? ¡Seria acaso
«el disgusto que le habia causado la especie de
Cuarentena que se la habia hecho sufrir en el
aposento de la posadera ! :
—Si quereis tener la amabilidad de acompa-
arme, dijo M. Orridge, voy á conduciros
ahora. mismo allado de mistress Frankland.
Mistress Jazeph se levantó lentamente, y
Una vez en pié, posó un momento la mano
-en una mesa que estaba cerca de ella, Esta
accion, por poro que durara, sirvió para afir-
mar al doctor en la idea que habia formado
«le que no tenia fuerza para desempeñar el
Cargo para que se habia brindado.
—Parece que estais fatigada, le dijo, mien-
tras se dirigia fuera del aposento,.. ¡Supongo
que no habreis venido á pié?
—No, señor; mi ama ha tenido la bondad
de hacerme traer aquí en la pong-chaise (1).
Su voz era siempre afectada, mientras con-
testaba así, y no habia hecho todav a ningun
ademan de levantarse el velo. En vista de lo
cual, M. Orridge subiendo por la escalera de
la posada, adoptó en su interior la resolu-
cion de vigilar de cerca los primeros cuidados
que ofrecería á mistress Frankland, y en su-
ma hacer de venir Londres una enfermera, á
menós que .mistresa Jazeph no demostrara,
«en sus nuevas atribuciones, un gran celo y
una verdadera capacidad,
£l aposento que ocupaba mistress Frank -
land estaba enteramente situado en lo mas
«Apartado del edificio; y se habia elegido asi,
á fia de que la enferma estuviera tambien
lo mas léjos posible del ruido y de la agi-
tacion que reinaban constantemente á la puer-
ta de la posada, La única ventana por don-
de recibia la luz daba á algunas alquerias
separadas, mas allá de las cuales crecian los
ticos pastos que se yen en el oeste del So -
(1) Pequeño carruaje con bancos tirado por
caballos pequeños de rasa llamados poneys,
EL SECRETO. 141
mersetshire, rodeados por una larga y monó-
-tona l.nea de ribazos cargados de espesa ar-
boleda. La cama era de construccion antigua,
de las de pabellon, con sus eternas cortinas
de damasco que todos saben. Esta cama, ar-
rimada 3 la pared, se proyectaba en medio
del aposento, de manera que la persona que
estaba acostada tuviera á su derecha la puer-
ta, á la izquierda la ventana , y la chimenea
frente á frente de los piés de la cama. Por el
lado que daba hácia la ventana las cortinas
estaban levantadas, mientras que por los piés
y por el lado que daba á la puerta hermética-
mente cerradas; por lo que se comprende,
desde luego, que una persona cualquiera al
pasar el dintel de la puerta no viera nada en
el interior de la cama,
—¿Cómo os sentis hoy, mistress Frank -
land preguntó M. Orridge,, alargando la
mano hácia las cortinas que iba á descorrer.
¿0s desagradaria que el aire tuviera un poco
mas libre el paso hasta llegar á vos?
—Al contrario , doctor, me cauzará mucho
placer, contestó... Pero tengo mucho miedo,
si por casualidad habeis creido hallar en mí
un poco de buen sentido, perjudicarme algo
en vuestra estimacion, dejándoos ver en qué
me ocupo hace una hora.
M. Orridge se sonreia al retirar las corti-
nas, y seechó á reir de veras al contemplar
á la madre y al niño. Mistress Frankland afi-
cionada á los colores vivos, se, habia entre-
tenido, mientras su hijo dormia, en adornar-
le con cintas azules. De este modo habja hecho
al baby un collar, unas hombreras y brazale-
tes enteramente iguales; y para completar la
originalidad del disfraz, el pequeño gorro eo-
queton de su madre habia sido colocado un
poco inclinado en la calva cabeza del niño,
con una locura verdaderamente cómica. La
misma Rosmuuda, como si hubiera querido
rivalizar en brillantez con el recien nacido,
llevaba un ligero pardessus de color de rosa,
adornado por encima del pecho y las mangas
con una guarnicion de raso blanco formando
feston. Flores de citiso, cogidas aquella mis-
ma mañana, cubrian la bánova esparramadas
y vaidas con algunas flores de lis de los va-
lies, formando dos grandes ramos atados con
lazos de color de cereza. Sobreaquel haz de
variados colores, en las redondas mejillas y
los redondos hombros del pequeña rorro , en
el rostro jóvenes y radiante de su feliz madre
se posaban tibios y tranquilos los tiernos res-
plandores de una tarde del mes de mayo,
Absorto en la contemplacion de aquel delicio-
so cuadro que se habia ofrecido á su vista aj
descorrer las cortinas, el jóven médico se en_
tregó á ella por algunos instantes , sin acor_
darse absolutamente de lo que le habia lleva _