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EL SECRETO. 151
sobre tí. Me basta perfectamente saber que,
el cómo no importa, esta mujer te ha asustado,
y que deseas verla salir de aquí sin usar con
ella ningun rigor. Dejaremos para mañana las
demás explicaciones. Siento vivamente no ha-
ber persistido en mi primera idea, que era es-
eribir á Londres en demanda de una enfer-
mera conveniente. ¡Dónde está el ama de
Casa !
La posadera fué á colocarse al lado de M,
Frankland.
— ¡Es muy tarde? le preguntó,
—No señor... apenas las diez,
— Tened la bondad de encargar que vayan
en busca de un cabriolé y que venga aquí lo
mas pronto posible. ¡ Dónde está la enfermera!
—En pié detrás de vos, arrimada á la pa-
red, contestó la posadera,
Come Leonardo se volviera hácia el sitio
indicado: «Sé amable con ella, Lenny!» le di-
jo Rosmunda.
La camarera que miraba á mistress Jazeph
con curiosidad y desprecio, vió que su fisono-
mía, en el momento en que oyó las palabras
de Rosmunda , sufria una completa trasfor-
macion. Abundantes lágrimas asomaron á los
ojos de la desventurada mujer y corrieron lue-
go en abundancia por sus mejillas, La mortal
rigidez que cubria como una máscara de pie-
dra su pálido rostro, desapareció por decirlo así
en un abrir y cerrar de ojos. Retrocedió nue-
vamente, porque habia dado un paso adelante
hácia Leonardo, y fué á colocarse como esta -
ba antes pegada á la pared. «Sé amable con
ella!...» repitió y la camarera la oyó sin com-
prender nada... «Sé amable con ella!...» ¡Oh
Dios mio !... Esto á lo menos lo ha dicho con
dulzura...¡ Qué bondad respiraba suacento!...
—No abrigo ningun deseo de tener expli-
caciones-con yos, ni mortificaros en lo mas
mínimo, dijo M. Frankland, que no oyó aque-
llas palabras pronunciadas á media voz... Yo
no sé nada de lo que aquí ha sucedido ; al
partir no os dirigiré ninguna acusacion. En-
cuentro á mistress Frankland muy turbada y
en una extrema agitacion. Esta perturbacion
oigo que se atribuye á vos, no en un arrebato
de cólera, sino con un verdadero sentimiento
de compasion. En lugar de dirigiros las re-
rensiones que tal vez mereceis, prefiero fiar
á vuestro buen discernimiento que juzgueis si
vuestros cuidados aquí pueden continuar to-
davia.... Pongo á vuestra disposicion los me-
dios de regresar inmediatamente al lado de
vuestra ama !.., y os aconsejo que nos excu-
seis con ella sin añadir una palabra mas, di-
ciéndola que circunstancias especiales nos obli-
gan á no aceptar vuestros servicios.
— Acabais de atestiguarme miramientos
que agradezco, señor, dijo á su yez mistress
Jazeph con el tono mas tranquilo, y con ade-
manes á la vez muy dulces y arrogantes....
Yo me mostraré digna de las consideraciones
que me guardais, no pronunciando una pala-
bra que pueda servirme de excusa,
Entonces dió algunos pasos hácia el centro
de la habitacion, y se detuvo en un sitio des-
de el cual podia ver bien 4 Rosmunda. Dos.
veces inténtó hablar, y otras tantas le faltó la
voz ; al tercer esfuerzo, consiguió dominarse.
— Antes de partir, señora, dijo, deseo que
quedeis bien convencida de que mi despido
no deja en mi corazon ningun resentimiento...
no estoy irritada en manera alguna, Tened la
bondad de acordaros de que al separarme de
vos no abrigo el menor resentimiento y que
no he proferido la menor queja.
En su rostro se pintaba tal desaliento, ha-
bia en su voz mientras pronunciaba las ante-
riores palabras una resignacion tan triste y
tranquila, que Rosmunda se sintió casi fasci-
nada, :
— ¿Por qué me habeis hecho miedo ? pre-
guntó medio conmovida,
—¿ Yo asustaros, yO 1... Yi cómo puede ser
eso ?... ¡ Ay de mi! ¡ quién en el mundo no 05
causará miedo, si yo, yo os asusto!
Hablando de esta manera con una tristeza
en la que no habia ninguna afectacion, la en-
fermera fué á coger su sombrero y su chal
de encima la silla donde los habia colocado.
Mientras se los ponia, podia percibirse muy
bien el temblor que agitaba sus manos enfla-
quecidas, y sin embargo por insignificante que
fuese esta ocupacion, se veia dominar todavía,
en este movimiento mecánico, el inexorable
sentimiento de las conveniencias tradicionales.
Al dirigirse bácia la puerta, se detuvo to-
davía otra vez al lado de la cama, dirigió á
Rosmunda y al niño una mirada velada por
las lágrimas, luchó de nuevo contra su natu-
ral timidez, y se despidió de esta manera:
— Dios, dijo, os colme de bendiciones!
Quiera el cielo que seais constantemente fe-
liz con vuestro hijo!... Me despedís, y no me
causa esto ningun resentimiento... Si acontece
alguna vez, despues que haya pasado 'esta no-
che, que penseis en mi, tened la bondad de
recordar que parto sin irritarme.... sin profe-
rir una queja. :
Todavía permaneció allí un momento, llo-
rando siempre, y mirando siempre á través
de sus lágrimas á la madre y al niño; luego
se volvió y marchó hácia la puerta. En sus úl-
timas palabras, y en el acento con que las
pronunció, habia algo que obligó á las perso-
nas reunidas en aquel aposento de meson á,
guardar un silencioso recogimiento. Cuatro
eran las personas alli reunidas, y sin embargo
no se oyó una palabra en el momento en que