Full text: 2.a série, tomo 7 (1866) (1866,7)

  
  
EL SECRETO. 
que no me hubiera atrevido á arrostrar las 
consecuencias de la negativa mas insignifican- 
te, Ó de la menor dilacion.,. Luego, una vez 
arreglado el negocio, no ha querido permitir 
de manera alguna que se os molestara hacién- 
doos venir... En vista de todo ¡ podré espe- 
rar, doctor, que acepteis estas explicacio- 
nes que os he ofrecido tan francamente?! 
M. Orridge empezó á sentirse un tanto con- 
fuso. El sólido basamento de su viril inde- 
pendencia se desmoronaba gradualmente é 
iba á desaparecer por completo. 
Llegó á pensar (pensar es mucho decir, 
pero esto era poco mas ó menos) que en las 
clases mas ricas es donde se encuentran el 
mejor criterio y el buen decir. Sus pulgares, 
deslizándose maquinalmente de las sisas del 
chaleco , volvieron á su posicion natural, y 
antes de haberse dado completa cuenta de 
ello, buscó, tartamudeando, una salida por 
entre las embrolladas sinuosidades de las dis- 
culpas mas respetuosas. 
—Naturalmente deseais, continuó M. Frank- 
land , saber lo que la nueva enfermera ha po- 
dido decir Ó hacer para asustar tanto á mi 
mujer; pero sobre este particular no puedo 
entrar en ningun detalle. Mistress Frankland 
estaba ayer noche en tal estado de excitacion 
nerviosa que temi exigirle la menor explica- 
cion. He reservado todas mis preguntas para 
esta mañana , y esto solo con el objeto de que 
estuvierais aquí para cuando subiera á su apo- 
sento. Os habiais desvelado tanto para propor- 
cionarnos esa deplorable criatura, que teneis 
un derecho incuestionable, ahora que ha sido 
despedida, de saber todo cuanto puede ale- 
garse contra ella. Contra lo que se podia es- 
perar, mistress Frankland no se encuentra 
tan mal como yo temia, Sabe que debeis su- 
bir conmigo, y si quereis prestarme el apo- 
yo de vuestro brazo... 
_M. Orridge abandonó su posicion poco cor- 
tés , se levantó con mucha precipitacion y lle- 
gó instintivamente hasta la mas reverenciosa 
cortesanía, No vayan á imaginar los lectores 
que obrando así el doctor comprometió su in- 
dependencia y que diera demasiado espontá- 
neamente su completa aprobacion al compor- 
tamiento de un rico. No: al saludar así ma- 
quinalmente á M. Frankland , ignorante de 
las causás que hacian innecesario este home- 
naje rutinario, creia sencillamente, hecha pu- 
ra y simple abstraccion de todo cálculo, en 
la influencia de la sangre, en la especie de 
finura innata que revela un noble origen , en 
el valor especial que sabe dar 4 tal ó cual 
palabra , simple lugar comun en los labios de 
un plebeyo. M. Orridge, es necesario hacerle 
justicia , poseia casi todas las virtudes de su 
clase y mas especialmente esa virtud tan co- 
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mun que preserva á las gentes para no per- 
mitir que las consideraciones personales ejer- 
zan una influencia cualquiera sobre sus opi- 
niones. Seguramente , todos tenemos defec- 
tos, pero en cambio es muy consolador el po- 
der decir que muy pocos de nuestros amigos, 
haciendo abstraccion de nuestra personalidad, 
están sujetos á semejantes debilidades. 
Apenas habia entrado en la habitacion de 
mistress Frankland , y con una simple mira- 
da, el doctor tuyo ocasion de observar el 
sensible cambio que habian producido en ella 
los acontecimientos de la noche anterior. La 
sonrisa con que acogió á su marido era la mas 
vaga y triste que nunca habia observado 
M. Orridge en la enferma. Sus húmedas pu- 
pilas indicaban cansancio ; tenia la piel seca, 
y el pulso irregular. Era evidente que no ha- 
bia cerrado los ojos en toda la noche, y que 
su espíritu todavía no estaba tranquilo. Con- 
testó con toda la concision posible á las pre- 
guntas puramente facultativas del doctor, y 
espontáneamente, sin pérdida de momento, 
suscitó la conversacion sobre mistress Jazeph. 
—Supongo, dijo dirigiéndose á M. Orridge, 
que sabeis ya todo lo ocurrido. Yo no puedo 
explicaros hasta qué punto me siento apesa- 
dumbrada. A vuestros ojos y sin duda á los 
de esa pobre mujer, mi conducta debe pare- 
cer la de una persona muy caprichosa y cruel. 
Lloraria de buena gana, tanta es la vergúen- 
za que me causa la ligereza y cobardía de 
que he dado pruebas. Ya es bastante terrible 
herir la susceptibilidad de una persona cual- 
quiera; pero haber afligido, como lo hemos 
hecho, á esa mujer tan desgraciada de sí y 
tan desvalida, haberle hecho derramar tan 
amargo llanto... haberle inferido una humilla- 
cion semejante... 
—Querida , dijo M. Frankland interrum- 
piéndola, tú deploras los efectos sin tener en 
cuenta las causas. Acuérdate de lo asustada 
que estabas cuando yo entré, y de seguro que 
tu agitacion tenía su razon de ser... Acuérda- 
te tambien de cuán convencida estabas de que 
la enfermera no tenia el juicio sano. Á buen 
seguro que respecto á esto tu opinion no se 
habrá modificado en tan poco tiempo. 
—Precisamente , querido amigo, ese pen- 
samiento es el que me ha atormentado toda 
la noche y me ha tenido perpleja... y nO Pue- 
do menos de confesarlo. Abrigo mas que NUB- 
ca la certidumbre de que en la inteligencia 
de esa mujer hay algun órgano lastimado, Y . 
sin embargo, cuando pienso en la bondad 
con que ha venido aquí á prestarme Sus Ser- 
vicios, en su vivo deseo de serme útil, no 
puedo menos de sonrojarme por mis sospe- 
chas... yo no puedo menos de pensar con re- 
mordimiento en ese despido del cual he sido 
 
	        
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