EL SECRETO.
que no me hubiera atrevido á arrostrar las
consecuencias de la negativa mas insignifican-
te, Ó de la menor dilacion.,. Luego, una vez
arreglado el negocio, no ha querido permitir
de manera alguna que se os molestara hacién-
doos venir... En vista de todo ¡ podré espe-
rar, doctor, que acepteis estas explicacio-
nes que os he ofrecido tan francamente?!
M. Orridge empezó á sentirse un tanto con-
fuso. El sólido basamento de su viril inde-
pendencia se desmoronaba gradualmente é
iba á desaparecer por completo.
Llegó á pensar (pensar es mucho decir,
pero esto era poco mas ó menos) que en las
clases mas ricas es donde se encuentran el
mejor criterio y el buen decir. Sus pulgares,
deslizándose maquinalmente de las sisas del
chaleco , volvieron á su posicion natural, y
antes de haberse dado completa cuenta de
ello, buscó, tartamudeando, una salida por
entre las embrolladas sinuosidades de las dis-
culpas mas respetuosas.
—Naturalmente deseais, continuó M. Frank-
land , saber lo que la nueva enfermera ha po-
dido decir Ó hacer para asustar tanto á mi
mujer; pero sobre este particular no puedo
entrar en ningun detalle. Mistress Frankland
estaba ayer noche en tal estado de excitacion
nerviosa que temi exigirle la menor explica-
cion. He reservado todas mis preguntas para
esta mañana , y esto solo con el objeto de que
estuvierais aquí para cuando subiera á su apo-
sento. Os habiais desvelado tanto para propor-
cionarnos esa deplorable criatura, que teneis
un derecho incuestionable, ahora que ha sido
despedida, de saber todo cuanto puede ale-
garse contra ella. Contra lo que se podia es-
perar, mistress Frankland no se encuentra
tan mal como yo temia, Sabe que debeis su-
bir conmigo, y si quereis prestarme el apo-
yo de vuestro brazo...
_M. Orridge abandonó su posicion poco cor-
tés , se levantó con mucha precipitacion y lle-
gó instintivamente hasta la mas reverenciosa
cortesanía, No vayan á imaginar los lectores
que obrando así el doctor comprometió su in-
dependencia y que diera demasiado espontá-
neamente su completa aprobacion al compor-
tamiento de un rico. No: al saludar así ma-
quinalmente á M. Frankland , ignorante de
las causás que hacian innecesario este home-
naje rutinario, creia sencillamente, hecha pu-
ra y simple abstraccion de todo cálculo, en
la influencia de la sangre, en la especie de
finura innata que revela un noble origen , en
el valor especial que sabe dar 4 tal ó cual
palabra , simple lugar comun en los labios de
un plebeyo. M. Orridge, es necesario hacerle
justicia , poseia casi todas las virtudes de su
clase y mas especialmente esa virtud tan co-
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mun que preserva á las gentes para no per-
mitir que las consideraciones personales ejer-
zan una influencia cualquiera sobre sus opi-
niones. Seguramente , todos tenemos defec-
tos, pero en cambio es muy consolador el po-
der decir que muy pocos de nuestros amigos,
haciendo abstraccion de nuestra personalidad,
están sujetos á semejantes debilidades.
Apenas habia entrado en la habitacion de
mistress Frankland , y con una simple mira-
da, el doctor tuyo ocasion de observar el
sensible cambio que habian producido en ella
los acontecimientos de la noche anterior. La
sonrisa con que acogió á su marido era la mas
vaga y triste que nunca habia observado
M. Orridge en la enferma. Sus húmedas pu-
pilas indicaban cansancio ; tenia la piel seca,
y el pulso irregular. Era evidente que no ha-
bia cerrado los ojos en toda la noche, y que
su espíritu todavía no estaba tranquilo. Con-
testó con toda la concision posible á las pre-
guntas puramente facultativas del doctor, y
espontáneamente, sin pérdida de momento,
suscitó la conversacion sobre mistress Jazeph.
—Supongo, dijo dirigiéndose á M. Orridge,
que sabeis ya todo lo ocurrido. Yo no puedo
explicaros hasta qué punto me siento apesa-
dumbrada. A vuestros ojos y sin duda á los
de esa pobre mujer, mi conducta debe pare-
cer la de una persona muy caprichosa y cruel.
Lloraria de buena gana, tanta es la vergúen-
za que me causa la ligereza y cobardía de
que he dado pruebas. Ya es bastante terrible
herir la susceptibilidad de una persona cual-
quiera; pero haber afligido, como lo hemos
hecho, á esa mujer tan desgraciada de sí y
tan desvalida, haberle hecho derramar tan
amargo llanto... haberle inferido una humilla-
cion semejante...
—Querida , dijo M. Frankland interrum-
piéndola, tú deploras los efectos sin tener en
cuenta las causas. Acuérdate de lo asustada
que estabas cuando yo entré, y de seguro que
tu agitacion tenía su razon de ser... Acuérda-
te tambien de cuán convencida estabas de que
la enfermera no tenia el juicio sano. Á buen
seguro que respecto á esto tu opinion no se
habrá modificado en tan poco tiempo.
—Precisamente , querido amigo, ese pen-
samiento es el que me ha atormentado toda
la noche y me ha tenido perpleja... y nO Pue-
do menos de confesarlo. Abrigo mas que NUB-
ca la certidumbre de que en la inteligencia
de esa mujer hay algun órgano lastimado, Y .
sin embargo, cuando pienso en la bondad
con que ha venido aquí á prestarme Sus Ser-
vicios, en su vivo deseo de serme útil, no
puedo menos de sonrojarme por mis sospe-
chas... yo no puedo menos de pensar con re-
mordimiento en ese despido del cual he sido