184 EL SECRETO.
recia sofocado; los murmullos de la tierra no
tenian:allí ningun eco.
¡Ningun eco! ¡tan completo era el silencio?
ó bien, por el contrario,*en aquel mismo si-
lencio, no habia para aumentar el horror, y,
uno lo hubiera dicho, únicamente para hacer
sondear mejor la misteriosa profundidad , al-
gun débil llamamiento al sentido auditivo?
Sarah escuchaba, con el rostro vuelto toda-
vía hácia el lado del vestíbulo... escucha-
ba, y detrás de si oyó un ligero ruido, Este
se habia producido de la parte afuera de la
puerta á la que habia cesado de mirar... 6
bien detrás de esa misma puerta... en el apo-
sento de los Mirtos!
Si, era allí!... en el momento en que Sarah
adquirió esta conviccion, perdió toda facultad
de sentir. Olvidó aquella numeracion de las
puertas que tanto le habia dado que pensar;
cesó de calcular el curso del tiempo, de pen-
sar que podia ser descubierta, y convergien-
do todas sus facultades hácia un solo punto,
llegó 4 convertirse literalmente, segun la ex-
presion vulgar, toda en orejas.
Aquel ruido débil intermitente, era el de
una cosa que se desliza, pero que se desliza
- furtivamente. Se reproducia á intervalos, ale-
jándose y acercándose tan pronto hácia un
extremo del aposento de los Mirtos, como á
otro. Por momentos y de pronto muy percep-
tible, se extinguia tambien por momentos en
gradaciones insensibles, de las cuales las últi-
mas apenas se ojan. Tan pronto parecia barrer
el suelo dando saltos refrenados; tan pronto se
deslizaba, tocándolo apenas, y como rozando
el último límite de lo que calificamos de silen-
cio absoluto.
Con los, piés pegados casi al suelo, Sarah
volvió lentamente la cabeza, pulgada por pul-
gada, hácia la puerta del aposento de los
Mirtos. Un momento antes, cuando no habia
percibido todavia el tenue ruido que se pro-
ducia á intervalos, su respiracion era corta,
penosa, precipitada, Ahora se la hubiera po-
dido creer muerta, tanta era la inmovilidad
de su pecho y la debilidad de su aliento. En
su rostro se operó el mismo cambio inexplica-
ble que se hubiera podido observar en Truso,
en el salon del tio Joseph, en el momento en
que la sorprendió la oscuridad. La misma mi-
rada inquieta, investigadora, que fijo enton-
ces en los tenebrosos rincones de aquel redu-
cido aposento, se leia ahora en sus ojos, mien-
tras se volvia poco á poco hácia la puerta.
— Y bien,'ama mia!... murmuró, ; he lle-
gado demasiado tarde ?' ¿me habeis tomado la
delantera ?!
El horripilante y furtivo ruido quedó suspen-
so por un momento ; luego volvió á empezar
para extinguirse en seguida yendo á morir al
otro extremo del aposento,
Los ojos de Sarah, clavados en adelante en:
aquel aposento misterioso, se abrieron por un
penoso esfuerzo; agrandados desmesurada-
mente , querian al parecer atrayesar aquella
puerta; parecia que esperaba que la madera.
se trasformara en trasparente cristal y revela-
ra lo que pasaba detrás de ella.
— ¡ Cuán ligeramente pasa y repasa por es-
te pavimento donde ningun pié sienta su plan-
ta | murmuró todayía.... Ama mia, el vestido
que os hice yo misma causa verdaderamente
tan poco ruido como ese ? >
El ruido cesó de nuevo, y de una sola cor-
rida, pero ligera y apenas perceptib'e, llegó á
la inmediacion de la puerta.
Si en este momento Sarah hubiera sido ca-
paz de moverse, si hubiera podido dirigir una
ojeada al intersticio inferior que quedaba en-
tre la puerta y el pavimento, cuando el ruido
se acercaba á ella, hubiera podido ver á qué
causa tan insignificante se debia. Hubiera vis-
to revelarse esta causa debajo de la puerta,
parte al interior y parte al exterior del apo-
sento, bajo la forma de una sencilla tira de
papel, de un rojo marchitado, que se habia
desprendido de las paredes del aposento de los.
Mirtos. El tiempo y la humedad habian des-
encolado poco á poco las tapicerías, en todo
el circuito del aposento. El contratista, cuan-
do visitó estos aposentos, destrozó sin ninguna
ceremonia dos ó tres metros de dichas tapice-
rías reduciéndolos á pedazos grandes ó peque-
ños segun la mayor ó menor resistencia que
Oponian á su mano, y arrojados por él al sue-
lo, estos pedazos eran juguete del viento cuan-
do penetraba á su placer en las solitarias ha-
bitaciones á través de los rotos cristales... Si
Sarah por casualidad hubiera pedido moverse!
si hubiera dirigido su vista al suelo durante
un segundo, solo por un segundo !.... Pero
ella no se movia, no miraba. El paroxismo
del horror supersticioso que se habia apode-
rado de ella' causaba la paralizacion de todos
sus miembros, impedia todas sus acciones,
imprimia una completa inmovilidad en sus fac-
ciones. No se estremeció, ni dió el menor '
grito cuando el horripilante rumor se acerca-
ba hácia ella. El único síntoma exterior por
el cual se hubiera podido reconocer que su.
proximidad la aterrorizaba profundamente ,
fué el movimiento de su mano derecha en la
que conservaba todavía el manojo de llaves.
En el momento en que el aire impelia el pe-
dazo de papel hácia la puerta, los dedos de
Sarah perdieron toda su fuerza de contraccion
y llegó á tenerlos tan eneryados, tan comple-
tamente inermes como si estuyiera desmaya-
da, El pesado manojo de llaves desprendido
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