EL SECRETO.
primera y principal, Andrés era el único
miembro que existia de la última generacion
que habia habitado en Porthgenna-Tower en
la época en que las tradiciones relativas á los
“aposentos del norte se perpetuaban todavía en
la memoria de los habitantes de aquella resi-
dencia señorial. Las gentes que la ocupaban
ahora eran extranjeros, investidos de sus fun-
ciones por M. Frankland padre, y los servido-
res que en otro tiempo habian estado á sueldo
del capitan Treverton habian muerto Ó estaban
dispersos. No existia mas que una sola perso -
na cuyos recuerdos pudieran ser útiles á M. y
mistress Frankland, y esta persona era, sin
duda alguna , el hermano del antiguo propie-
tario de Porthgenna-Tower.
Además, aun en el caso en que la memo-
ria de Andrés Treverton no acudiera en au-
xilio de la curiosidad de Rosmunda, una cir-
cunstancia favorable podia ofrecerse; y era
que guardase en su poder algun documento
impreso 6 manuscrito que ayudaraá encontrar
el sitio donde estaba situado el aposento de
los Mirtos. En virtud del testamento de su
padre, documento redactado cuando Andrés,
que era todavía muy jóven, iba 4 partir para
el colegio, y que mo habia sido modificado ni
en la época en que partió de Inglaterra, ni
posteriormente en ninguna otra, heredó una
coleccion de libros muy antiguos que forma-
ban la biblioteca de Porihgenna. Si aquella
parte de la herencia paterna estaba todavía
en su poder, era muy probable que se encon-
trara en ella algun plano, alguna descripcion
del castillo tal como era en otro tiempo, y un
documento de esta clase proporcionaria las in-
dicaciohes cuya necesidad acababa de revelar-
se. Razon de mas para creer que si existia
algun medio para llegar á saber dónde estaba
el aposento de los Mirtos, nadie mejor que Án-
drés Treverton estaba en disposicion de pro-
curarlo. +
Dado todo esto por seguro, y siendo inevi-
tablemente necesario recurrir á aquel viejo
misántropo y mal humorado, nacia otra cues-
tion. ¿Cómo entrar en relaciones con él? El
sacerdote se daba completa cuenta que des-
pues de la inexcusable conducta que habia
observado Andrés con el padre y la madre de
Rosmunda, esta no podia, bajo ningun pre-
texto, escribir directamente á aquel pariente
desnaturalizado. Pero se vencerá la dificultad
suplicando al doctor Chennéry que sirva de
intermediario en estas forzadas relaciones. Por
insignificante que fuera la simpatia de aquel
digno eclesiástico hácia la persona de Andrés
Treverton, y por muy enérgicamente que
desaprobara los principios de aquel insociable
viejo, dejaria gustoso á un lado sus objecio-
nes y repugnancias en interés de sus jóvenes
La
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amigos, y declaraba que pondria en planta su
determinacion inmediatamente si Rosmunda y
su marido aprobaban aquel paso, reanudando
por escrito sus relaciones con Andrés Trever-
ton, apelando á su memoria de otros tiempos
y pidiéndole bajo pretexto de curiosidad ar-
queológica, algunos detalles sobre el pabellon
norte de Porthgenna-Tower: se comprende
naturalmente que le preguntaría como tratan-
do de una especialidad , bajo qué nombre par-
ticular pudieron ser designadas en otro tiem-
po cada una de las habitaciones del cuerpo
del edificio.
Al mismo tiempo que ofrecia sus servicios,
el doctor no procuraba disimular que contaba
con pocas probabilidades de recibir una con-
testacion del viejo atrabiliario. Sin embargo,
atendido el estado de las cosas no debia re-
nunciarse á una esperanza por vaga que fue -
ra, y era de parecer quese debia arriesgar
una tentativa, con arreglo al plan de campaña
que acababa de trazar. Si M. y mistresa
Frankland podian idear un medio mejor para
ponerse en comunicacion con Andrés Trever-
ton, 6 lo que es mas, habian descubierto in-
opinadamente algun modo de obtener los datos
que les hacian falta, el doctor Chennery es-
taba dispuesto á subordinar sus cpiniones á
las de los jóvenes esposos. En todo caso debia
hacerles presente, antes de terminar, que re-
cordaran que miraba los intereses de los
Frankland como los suyos propios, y se po-
nia á su disposicion para todos los servicios
que pudieran necesitar de él,
No fué necesario meditar mucho tiempo so-
bre esta amistosa epístola para que Rosmun-
da y su marido se sintieran convencidos de
que debian, aunque no fuera mas que para
corresponder dignamente á su amistad, acep-
tar el ofrecimiento del buen cura, El paso
propuesto, no habia porque dudar, ofrecia
pocas probabilidades de éxito; pero por otro
lado, ¿debia esperarse alguno favorable de
las investigaciones que podian hacer por si
mismos y sin auxilio, respecto á Porthgenna!
A lo menos lo proyectado por el doctor daba
lugar á una vaga y remota esperanza de que
tal vez podria producir algun resultado ; pero
¿qué habia que esperar, para el esclareci-
miento de un misterio relativo á una sola pie-
za , de las investigaciones hechas al acaso,
ignorándose completamente el objeto que se
descaba descubrir, á través de dos hileras de
aposentos cuyo número se elevaba ú diez y
seis ? Cediendo á la influencia de estas consi-
deraciones, Rosmunda contestó al sacerdote,
dándole gracias por sus bondades y suplicán-
dole que entrara en relaciones Con Andrés
Treverton, tal como lo habia propuesto él
mismo y esto en el mas breve plazo posible,