EL SECRETO.
«lie aguardaba á los viajeros en el umbral de
la puerta que estaba abierta, porque se habia
renunciado á la esperanza de que llegaran
aquel dia, y el incesante murmullo de la re-
saca del mar que lanzaba las olas contra los
escollos de la orilla, habia ahogado completa -
mente el ruido de la carroza al rodar por el
camino practicado á la mitad de la costa. El
«cochero se vió obligado á abandonar su asien-
to para ir á llamar y hacer que les franquea-
sen la entrada. Antes de que la puerta girara
sobre sus goznes trascurrió un minuto. Ási es
que mientras la lluvia azotaba la imperial del
. Carruaje con monótona persistencia, mientras
la helada humedad de la atmósfera llegaba
hasta ellos penetrando á través de aquellas
paredes artificiales que debian servirles de
abrigo contra la intemperie, mientras que en-
tre la áspera oscuridad de las brumas, las de-
tonaciones de la resaca resonaban con estruen-
«do amenazador, los jóvenes esposos aguarda -
ron que se les permitiera penetrar,en su pro-
piá morada, como hubieran podido hacerlo
«dos extranjeros llegados de improviso, y en
«circunstancias en que hubiera sido importuna
-$u presencia.
Cuando al fin abrieron, los dueños de la
posesion, á quienes en cualquier otra ocasion
hubieran acogido sus servidores con las felici-
taciones de costumbre , recibieron en su lugar
las excusas que les eran bien debidas. M. Mun-
der, mistress Pentreath, Betsey y el criado
de M. Frankland agrupados en el vestíbulo y
algun tanto confusos, pedian perdon á porfía
por no haberse encontrado en la puerta en el
momento en que el carruaje se habia parado
delante de ella. La aparicion del baby cam-
bió, en boca del ama de gobierno y de la eria-
da, las fórmulas apologé:icas con frases de
admiracion, pero los hombres permanecieron
graves y tristes, excusándose con el mal
tiempo, como si la niebla y la lluvia fueran
de su incumbencia. El motivo de su persis-
tencia en hablar sobre aquel enojoso asunto
acabó por aclararse en el momento en que
M. y mistress Frankland fueron conducidos
_hácia la escalera del oeste. La tempestad de
aquella mañana habia sido fatal para tres de
los pescadores de Porthgenna , perdidos en el
mar con sus bateles y cuya muerte habia cu-
bierto de luto á toda la aldea. Desde que se
habia esparcido la noticia despues del medio
dia, los criados del castillo no habian he-
«cho otra cosa que hablar de la catástrofe, y
M. Munder creyó de su deber explicar, que
4 causa de la consternacion que habia espar-
cido tan trágico suceso en aquella reducida
localidad, los aldeanos no habian acudido al
camino que seguía su señor para saludarle.
En circunstancias menos lamentables, se hu-
T. VII,
209
biera visto inundado por una entusiasmada
multitud, y la aparicion del coche hubiese si-
do saludada por alegres aclamaciones.
—Lenny, casi me hubiera alegrado de que
nuestra llegada aquí se hubiese retardado al -
gunos dias mas, murmuró Rosmunda , cuyo
brazo, por. un sobresalto nervioso, oprimió
el de su marido... es muy triste, muy des-
consolador, volver á la morada paterna en
un dia semejante. La historia de esos desgra-
ciados pescadores es una narracion un tanto
sombría, amor mio, para saludar mi regreso
bajo el techo donde vi la luz primera. Seamos
los primeros, mañana por la mañana, en man-
darles algo á esas desgraciadas familias...
Veamos inmediatamente lo que se podrá ha-
cer para esas pobres mujeres y esos niños que
han quedado sin apoyo. Despues de haber oi-
do esa historia, no estaré tranquila hasta que
lo hayamos apurado todo para proporcionarles
algun auxilio.
—Confio, señora, que las reparaciones se
habrán hecho á vuestro gusto, dijo el ama de
gobierno, indicando la escalera del segundo
piso. , :
—¡¿Las reparaciones? preguntó Rosmunda
con aire distraido. ¡Las reparaciones?... No
oigo jamás esa palabra, sin embargo, sin
acordarme de los aposentos del norte, y de
los planes que habiamos formado para ob-
tener de mi buen padre que viniera á ha-
bitar aquí. Mistress Pentreath, tengo que ha-
ceros» multitud de preguntas, y á vos, M,
Munder , tambien, sobre 'todos los “sucesos
extraordinarios que han tenido lugar aquí |
cuando la dama misteriosa y el incomprensi-
ble extranjero vinieron á visitar la posesion...
Pero, primero decidme... ¡Supongo que esta
es la fachada del oeste?... ¿Estamos muy lé-
jos aquí de los departamentos del norte?....
ó explicándome mejor, ¿cuánto tiempo nece-
sitaríamos si quisiéramos trasladarnos á ellos
desde el sitio en que nos encontramos?
—;¡Oh, señora !..í todo lo mas cinco minu-
tos, contestó mistress Pentreath.
-—Todo lo mas cinco minutos! repitió Ros-
munda al oido de su marido... ¿Lo oyes, Len-
ny? En cinco minutos podríamos trasladarnos
al aposento de los Mirtos.
—Y gin embargo, añadió M. Frankland
sonriendo, á causa de nuestra ignorancia, nos
encontramos precisamente tan distantes como
si estuviéramos todavia en West-Winston.
—No lo creo así, Lenny. Tal vez no sea
mas que una ilúsion; pero ahora que estamos
sobre el terreno,. me parece que en algun
modo hemos reducido el misterio á su últi-
ma guarida, Hénos aquí en la casa donde se
encierra el secreto, y nada puede persuadir -
me de que no estemos ahora á la mitad del
14