EL SECRETO.
—¡ Y si ese criado rehusa arriesgar la pér-
dida de su colocacion , peligro al que le ex-
pone evidentemente esa condicion ? dijo Ros-
munda que se sentó como disgustada al escri-
torio. Ñ
—¡ Ah! querida, no nos atormentemos ha-
ciendo suposiciones sobre lo que puede acon-
tecer ! Aguardemos , veamos lo que sucede y
obremos segun las circunstancias. Cuando
estés dispuesta para escribir , dimelo y te dic-
taré, por esta vez, la carta tal como yo la
concibo. Yo quiero que el agente de nuestro
querido cura sepa bien que obramos de este
modo , primero porque M. Andrés Treverton
no es de esos hombres que en el trato con sus
semejantes se conforma con las reglas estable-
cidas entre personas de buena crianza; en se-
gundo lugar , porque la noticia 6 dato que su
criado ha ofrecido facilitarnos , extraido de un
libro impreso, no afeeta en manera alguna, di-
recta ni indirectamen te, £los intereses privados
de M. Treverton. Ahora, Rosmunda, que tus
instancias me han hecho aceptar este compro-
miso con mi conciencia, á lo menos debo
jstificarlo tanto como sea posible á la vista
de los demás como á mis propios ojos.
uViendo que tenia que habérselas con una
re solucion incontrastable, Rosmunda tuvo el
suficiente tacto para no insistir. La carta se
escribió exactamente como Leonardo la dictó.
Cuando estuvo colocada en el saco destinado
£ llevar las cartas al correo, con la contes-
tacion que exigía la correspondencia recibida
aquella mañana, M, Frankland recordó á su
mujer la intencion que habia manifestado,
mientras se desayunaba, de visitar los jardi-
nes del norte, y le suplicó que tuviera la
bondad de llevarle en su compañía. Confesa-
ba francamente, abora que sabia el conteni-
do de la carta dirigida al doctor Chennery,
que daria gustoso cinco veces la suma exigida
por Shrowl en cambio de su copia del plano,
para poder descubrir sin auxilio de nadie, y
antes de que partiera el correo, aquel mis-
terioso aposento de los Mirtos. Nada, decia,
podria causarle tanto placer como arrojar al
fuego la carta que acababa de dictar, y re-
mitir, en lugar de ella, una negativa pura y
simple sobre la compra del plano.'
Se encaminaron á los jardines del norte, y
cuando estuvieron allí, Rosmunda pudo con-
vencerse, con el testimonio de sus propios
ojos, que no habia la menor posibilidad de
descubrir debajo de las ventanas el menor
vestigio de un emparrado de mirtos. Desde el
jardin volvieron á la casa y mandaron abrir
la puerta que daba entrada al vestíbulo del
norte.
Al penetrar en él se les mostró el sitio don-
de se habian encontrado las llayes y en la
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primera meseta el lugar donde habian vist”
á mistress Jazeph, cuando se dió la voz d*
alarma. Insiguiendo una indicacion de M-
Frankland, se abrió la puerta del aposento:
que estaba mas inmediata y daba frente á la
meseta, Esta ofrecia á la vista un cuadro des-
consolador de oscuridad sucia y polvorosa.
Algunos marcos con pinturas antiguas esta-
ban hacinados contra una de las paredes;
algunas sillas dislocadas en monton en el
centro del pavimento; objetos de porcelana.
hechos pedazos yacian encima de la table -
ta de la chimenea y en un rincon un peque-
ño mueble con varios cajones rajados por to-
das partes se pudria lentamente. Estas dé-
biles reliquias de lo que habia sido en otro
tiempo el moviliario y decoracion de esta.
pieza abandonada sufrieron un minucioso exá-
men ; pero no se descubrió en ella cosa de la
menor importancia, nada que pudiera con-
tribuir en algun modo á aclarar el misterio
del aposento de los Mirtos,
— ¡ Haremos abrir alguna otra puerta? pre-
guntó Rosmunda , cuando se encontraron de
nuevo en el descansillo,
—Me parece que seria tiempo completa -
mente perdido, contestó M. Frankland. Nues-
tra única esperanza de saber alguna vez en
qué consiste el misterio del aposento de los
Mirtos, si está realmente tan bien guardado
como debemos suponer, es registrar á fondo
ese aposento y no otro alguno. Para que la
investigacion sea completa, debe comprender,
si es necesario llegar á ese extremo, el des-
membramiento de los pavimentos y los arteso-
nados y cielo-rasos, y tal vez hasta la deno-
licion parcial de las paredes. Esto podremos
practicarlo en un aposento que se nos indique
con toda claridad; pero á menos de echar
abajo todo este ángulo de edificio, nos es
imposible someter á una prueba semejante
cada una de esas diez y seis habitaciones por
las cuales andamos errantes al azar y sin guia.
No deja de ser causa de gran desesperacion
andar buscando no sabemos qué: y asi lo
primero que hay que hacer es procurar des-
cubrir cuáles son las cuatro paredes en cuyo
recinto debe empezar á llevarse á efecto esa
pesquisa que en verdad no promete nada...
Veamos un poco... El pavimento de esta me-
seta debe estar cubierta de una espesa capa
de polvo... ¿No ha quedado impresa en él nin-
guna pisada, despues de la visita de mistress
Jazeph, que pueda conducirnos á la deseada
puerta ?
No se despreció esta ingeniosa advertencia
y en seguida se buscó si efectivamente exis-
tia alguna huella en el polvo de la meseta,
pero no se descubrió ninguna. En alguna
época anterior, se habia cubierto el suelo con
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