EL SECRETO. 219
acompañarla, y guiando á su marido á lo lar-
go de los corredores, abrió la puerta del ves-
tíbulo norte.
—¡Qué singular fresco se siente aqui !...
dijo en el momento en que penetraban en
aquella pieza desierta,
Se detuvo al pié de la escalera, y apretó
con mayor fuerza que antes contra su cuerpo
el brazo de su marido.
— ¡Qué sucede pues?,... preguntó Leonar-
do.... ¡Acaso la fria humedad que hemos sen-
tido 4 nuestro paso te incomoda !
— No.....no, contestó presurosa.... Estoy
demasiado agitada para sentir en este momen-
to la influencia del frio ni del calor, como en
otras ocasiones...Pero, Lenny, supongamos
que no te equivocas en tus conjeturas sobre
mistress Jazeph...
— Sí... y bien ?
-- Supongamos tambien que descubrimos
el secreto del aposento de los Mirtos... ¿No po-
dria suceder que concerniendo ese secreto á mi
padre ó á mi madre, fuera alguna cosa que
debiéramos ignorar siempre 1... Esto es lo que
he pensado cuando mistress Pentreath me ha
ofrecido que nos acompañaria.... y por eso
tambien he querido que estuviéramos los dos
solos.
— Tambien es muy posible que el secreto
verse sobre algun asunto que nosotros poda-
mos saber, contestó M. Frankland, despues
de un momento de reflexion... Por otra parte
en suma, la idea que me ha. podido ocurrir
respecto á mistress Jazeph no pasa de ser una
conjetura muy aventurada.... Sin embargo,
Rosmunda, por poco que sientas en tí la me-
nor vacilacion...
—No...Suceda lo que quiera, Lenny, nos-
otros ya no podemos dar un paso atrás... Da-
me tu mano, Hasta aquí hemos andado juntos
en busca de ese misterio... pues juntos le des-
cubriremos.
Mientras hablaba subia la escalera y le con-
ducia en pos de sí á la meseta; estudió de
nuevo el plano, y se aseguró de que la idea
que se habia formado, segun aquel documen-
- to, sobre la situacion del aposento de los Mir-
tos, era muy exacta, Contó las puertas hasta
la cuarta, tomó del manojo de llaves la que
tenia el número cuatro y la introdujo en la
Cerradura,
Antes de dar la vuelta, se detuvo, y dirigió
una mirada oblicua á su marido,
En pié cerca de ella, estaba atenta dando
frente á la puerta su figura resignada y tran-
quila. Rosmunda llevó 4 la llave su mano de -
recha, la dió vuelta lentamente en la cerra-
dura, acercó á sÍ con la mano izquierda el
brazo de su marido y se detuyo nuevamente.
— Yo no sé en verdad lo que me sucede,
murmuró con debilitado acento... Casi tengo
miedo de empujar esta puerta,
—Tu mano está helada, Rosmunda!....
Aguardemos un poco!... Vuelve á cerrar esa
puerta!... aplacemos para otra ocasion...
Mientras pronunciaba estas palabras, sentia,
encima de su mano, que los dedos de su mu-
jer se contraian mas y mas. Luego siguió un
momento, un solo momento, cuyo recuerdo
no debia nunca abandonarle, un instante en
que cesarian de respirar, un instante de silen-
cio absoluto.... Luego oyó el ruido agudo y
chillon de una puerta que gira sobre goznes
enmohecidos... Sintió que le arrastraban hácia
adelante á una nueva atmósfera, y compren-
dió que Rosmunda y él se hallaban ya en
aquel momento en el aposento de los Mirtos.
CAPÍTULO V.
El aposento de los Mirtos.
Una ventana ancha y cuadrada con crista-
lés pequeños y un bastimento ennegrecido;
una claridad amarillenta y triste atravesando
con gran trabajo ú través del velo impuro que
cincuenta años habian extendido gradualmen-
te encima de los cristales; algunos rayos de
Juz mas pura que penetraban en aquella pe-
numbra por las aberturas de tres vidrios ro-
tos; un polyo sutil que se levantaba delos
pavimentos, y cayendo de los artesonados
formaba círculos que lentamente se arrolla-
ban y desarrollaban en la atmósfera inmuta-
ble, impasible; paredes de un amarillo descolo
rido, altas y desnudas de todo adorno; sillo-
nes en desórden, mesas colocadas al través ;
una biblioteca ennegrecida , una de cuyas
puertas, abierta, estaba medio desprendida
de sus goznes; una columna truncada, al pié
de la cual yacia hecho pedazos el busto de
que habia sido pedestal en otro tiempo; un
cielo raso imitando al mármol lleno de man-
chas; un pavimento blanquecino y cubierto de
polvo : tal era el aspecto que ofrecia á la vista
el aposento de los Mirtos, cuando Rosmunda
penetró en €l por primera vez en su vida,
conduciendo á su marido por la mano.
Despues de pasado el umbral, avanzó con
lentitud algunos pasos, luego se detuvo repen-
tinamente, aguardando, aguzando todos sus
sentidos, y teniendo todas sus facultades en
el mas alto grado de tension, aguardando, en
el seno de aquella inmovilidad llena de presa-
- gios, en el seno de aquella abandonada sole-
dad, que la cosa vaga, encerrada tal vez en
aquel recinto, se apareciera levantándose en
su presencia, se dejara oir sin presentarse, vi-
niera á mostrarse á ella, por arriba, por aba-
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