EL SECRETO.
«en seguida sin hacer ninguna objecion sobre
los motivos que le impulsaban 4 un deseo se-
mejante ; pero Rosmunda , cuya curiosidad se.
despertó de pronto, quiso saber porqué el
tio Joseph preferia esperar en la fonda.
—Ese hombre no me inspira simpatia,
contestó el anciano. Cuando habla de Sarah ,
sus expresiones, su fisonomía, parece que
indican que no espera verla jamás restableci -
«da. Despues de esta breve contestacion, se
dirigió hácia la ventana con una especie de
disgusto, y como felicitándose por no haber
dicho mas.
La morada del médico estaba algo distante,
¿paro M, y mistress Frankland llegaron á ella
antes de una hora , y todavía le encontraron en
casa. Era el facultativo un hombre jóven de
fisonomía dulce y grave á la vez , respirando
en sus maneras calma y reserva. El contacto
diario con el pesar y el sufrimiento habian,
tal vez prematuramente , enfriado, entriste-
cido su carácter. Presentándose simplemente
Rosmunda y su marido como dos personas
que se interesaban vivamente por mistress Ja-
mes, la primera dejó á Leonardo que hiciese
las preguntas relativas á la salud de aquella
madre á quien volveria á ver bien pronto,
A la contestacion del doctor sirvieron de
exordio algunas palabras corteses, pero de
mal augurio, que tenian al parecer por ob-
eto preparar á sus oyentes á pronósticos me-
nos fayorables de los que podian haber con-
cebido al ir á encontrarle. Omitiendo con
cuidado todos los términos, todas las deduec-
ciones técnicas, les dijo que su cliente estaba,
sin ningun género de duda, atacada de una
afeccion al corazon verdaderamente grave. En
cuanto á la naturaleza exacta del mal, reco-
nocia lealmente que podian existir dudas y
que entre varios médicos seria posible que no
la apreciaran todos de la misma manera. En
cuanto á él, su opinion personal , formada en
vista de los síntomas que habia observado con
atencion , era que la enfermedad residia en la
arteria que trasmite la sangre á todo el orga-
nismo al salir del corazon. Habiendo contes-
tado siempre la enferma con marcada repug-
nancia á las preguntas que le habia hecho so-
bresu vida pasada , todo lo mas que podia
hacer era conjeturar que el orígen de su mal
se remontaba á una fecha bastante remota ;
segun todas las probabilidades , debia haber
sido producido por algun gran sacudimiento
moral seguido de prolongadas ansiedades, te-
naces , fatigosas (de las cuales por otra parte
se advertian las huellas en su semblante);
este mal se habia agravado luego con las fa-
tigas del viaje á Londres, que ella confesaba
haber emprendido en ocasion en que su gran
«decaimiento nervioso hubiera debido impe-
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dirle ponerse en camino. Mirada la cuestion
bajo este punto de vista, el doctor obedecia
á un deber penoso, añadió, declarando á los
amigos de la enferma que toda emocion vio-
lenta pondria indudablemente la vida de Sa-
rah en peligro. Por otro lado, si las ansieda-
des mentales, de que padecia entonces, po-
dian calmarse, si era posible trasladarla al
campo en compañía de personas que se dedi-
caran á mantener en rededor de ella una
completa calma, proveyendo además á todas
sus necesidades, no era de todo punto imposi-
ble esperar que se atajarian los progresos del
. mal y podria prolongar todavía por algunos
años su existencia,
El corazon de Rosmunda contristado al
principio , se ensanchó ante la perspectiva de
ese porvenir que le hacian entrever las últi-
mas palabras del médico. — Gozará de todo
lo que decís que le es indispensable, y mu-
cho mas , si es necesario , contestó con impe-
tuosidad , antes de que su marido pudiera usar
nuevamente de la palabra... ¡Oh! caballero,,
si no necesita mas que reposo rodeada de per-
sonas poseidas de abnegacion por ella, si es
eso lo que hace falta á esa pobre naturaleza
aniquilada, á Dios gracias, todo podemos
nosotros facilitarlo,
—Ciertamente así es, dijo Leonardo, com-
pletando el pensamiento de su mujer, si el
señor doctor autoriza ciertas explicaciones con
su cliente; explicaciones que deben acabar con
todas sus inquietudes , pero que es necesario
añadir no está en manera alguna preparada á
recibirlas.
—¡Puedo yo saber, Uijo el doctor, á quien.
corresponde la responsabilidad de las expli-
caciones que pueden dársele en ese sentido?
—Dos personas se hallan en igual disposi-
cion de encargarse de ellas , contestó Leonar-
do. Una esel anciano á quien habeis visto ya
á la cabecera de su lecho, la otra es mi mu-:
Jens ;
—En ese caso, contestó el doctor, mirando
á Rosmunda, no debo vacilar en decir que
de las dos, esta señora no será la mejor in-
termediaria... Se detuvo , reflexionó un ins-
tante y luego añadió: ¿Puedo no obstante in-
formarme antes de dar consejo respecto á la
eleccion , si esta señora es conocida familiar-
mente por la enferma , y si tiene con mistress
James tanta intimidad como el buen anciano de
quien acabais de hablarme?
—Bien á pesar mio , debo contestar nega-.
tivamente á esta doble pregunta, dijo Leonar-
do. Y tal vez creo prudente añadir al mismo
tiempo, que vuestra enferma cree á mi mu-
jer en el fondo del Cornouailles. Su aparicion
súbita podria pues causar á mistress James
una gran sorpresa y hasta presumo que po-